Guillermo y Bea dicen con sorna que son ‘padres con carnet' porque han cumplido todos los requisitos hasta lograr ser aptos para adoptar. Siempre tuvieron claro que querían formar una familia y que, más pronto o más tarde, iban a adoptar. Es más, con 27 años iniciaron los trámites para la valoración y poder formar parte de las listas de espera de adopción del IMAS, pero les dijeron que eran demasiado jóvenes, así que se paralizó el proceso. Se prometieron que volverían. Y lo cumplieron.
Durante los siguientes años intentaron tener hijos biológicos, pero no fue bien, así que volvieron a llamar a las puertas del IMAS e iniciaron el proceso. Todo fue rápido porque tenían claro que querían dar un hogar a un niño, la edad y la situación no eran importantes. En la cuarta entrevista sabían que Ale, que había cumplido 10 años, iba a entrar en sus vidas. «La edad no era un impedimento. Cuanto más mayor, más difícil era para él encontrar un hogar», recuerda Guillermo, que no dudó incluso cuando les dijeron que, si todo proceso de adopción es delicado, con un chaval de esa edad podía ser más difícil la adaptación.
Un hijo más
La adopción de Ale era abierta, por lo que siempre ha mantenido relación con sus cuatro hermanos, tres de ellos adoptados en otras familias, mientras que el más pequeño seguía en un centro de menores. Así formaron una familia extensiva; todos se siguen reuniendo para que los hermanos mantengan el contacto. Incluso el pequeño, Sergi, que no tenía hogar, se reunía con ellos. Quizá fue el roce, quizá su intención de ampliar su familia, pero cuando el primer intento de adopción de Sergi fracasó, Guillermo y Bea decidieron traerlo a casa.
«No ha sido un camino de rosas, hay momentos buenos y malos. Ale tardó seis meses en llamarnos papás, Sergi la primera noche. Un día te despiertas, ves a los críos y te das cuenta de que son tus hijos, de que has cumplido tu sueño, ya eres padre», finaliza Guillermo.