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Guerra Rusia-Ucrania

Una ucraniana con cáncer: «Cuando sonaban las alarmas, nos poníamos a cantar, no podíamos dejar la quimio»

Vita Tverezovska decidió cruzar la frontera con Polonia y viajar a Mallorca cuando se acabaron los medicamentos en su hospital

Vita Tverezovska, en Palma. | Pere Bota

| Palma |

La vida le dio un vuelco a Vita Tverezovska el 20 de julio. Ese día se despidió de su marido y de Mycolaivca, su pequeño pueblo de 600 habitantes, acompañada por su hijo de 17 años, una bolsa con un par de mudas y un montón de informes médicos bien ordenados, resonancias y TACS. Durante las 24 horas siguientes recorrió Ucrania en microbús de punta a punta, estacionando en las cunetas cada vez que escuchaban aviones sobrevolar las carreteras con el miedo en el cuerpo a que les dispararan; luego cuatro largas horas de espera en la frontera con Polonia; de ahí a la ciudad polaca de Katowice, donde una amiga les acogió en su casa hasta coger un vuelo directo a Mallorca. Allí esperaban su hijo de 25 años, su hermano y su cuñada. La pesadilla de las sirenas y el miedo a las bombas había finalizado, tocaba seguir enfrentándose al tratamiento contra el cáncer de pecho que le diagnosticaron en abril.

Esta refugiada ucraniana lleva más de tres meses en Mallorca y se le notan las secuelas de varios ciclos de quimioterapia, el pelo comienza a salirle tímidamente, aunque lo esconde bajo un coqueto sombrero rosa, y tiene la cara hinchada por el tratamiento. Siente miedo cada día, hasta que recibe la llamada de su marido, que sigue en su Ucrania natal, para saber que todo va bien en casa. «Al menos no está en el frente. Trabaja como técnico en una planta de gas natural y su trabajo se considera estratégico; además, un accidente le provocó hace años la amputación de varios dedos de una mano, por lo que no es apto para combatir», explica con los ojos humedecidos.

Vita chapurrea algunas palabras de español, y para hacerse entender se vale de un traductor de google, pero sobre todo de su cuñada, Oksana, su sombra y compañera infatigable durante estos meses de enfermedad: viajes casi diarios de Alcudia, localidad en la que residen, a Inca; y horas de espera en el hospital de día, mientras le administran las sesiones de quimioterapia. «Ella llora cada día, pero es fuerte. Todo este tiempo ha sido positiva respecto a su enfermedad, dice que se va a recuperar y que volverá a una Ucrania victoriosa a recuperar la vida que le han arrebatado», explica Oksana con evidente orgullo, en un español perfecto, porque lleva 23 años residiendo en Mallorca. «Durante estos meses se ha dedicado a cocinar y a hornear. No para. Hemos engordado tres kilos desde julio», apunta divertida.

Vita (segunda por arriba), con sus compañeros de trabajo del centro de salud de Mycolaivca, en el que trabajaba como recepcionista antes de la guerra y del diagnóstico.

Vita recuerda como si fuera hoy el pasado 24 de febrero, cuando decenas tanques rusos cruzaron su pueblo, a poco kilómetros de la frontera rusa. Ese día comenzó la guerra y su vida cambió para siempre. «Los jóvenes se fueron a combatir. Las últimas noticias que me han hecho llegar es que ya hemos perdido a tres chicos, con toda la vida por delante, en el frente», lamenta Vita, al tiempo que recuerda que algunos vecinos se unieron para retirar en una sola noche todas las señales de tráfico de las carreteras, así lograron hacer errar a los tanque que cruzaban la aldea día sí, día también. «Muchos terminaron en los campos, en barrizales, en huertos. Fue un buen día para todos nosotros».

En este sentido, agrega que «muchos residentes de Sumy, la urbe más grande de la región, empezaron a trasladarse paulatinamente fuera de la ciudad por miedo a las bombas. Mi familia, por ejemplo, vino al pueblo una temporada. Cuando pensábamos que la situación no podía ir a peor, me diagnosticaron el cáncer de pecho. Fue un auténtico jarro de agua fría», señala la ucraniana, que aún así no quiso ni oír hablar de marcharse del país, a pesar de las súplicas de su marido y de su familia política en Mallorca. Era el mes de abril. Ucrania y sus ciudadanos llevaban poco más de un mes de ocupación.

Vita y Oksana Miroshnychenko, su cuñada, en Última Hora.

Empezó el tratamiento en el hospital de Sumy. Curioso, mucha gente había abandonado la ciudad por miedo y ella tenía que trasladarse allí cada dos por tres. La quimioterapia fue bien en un principio, aunque Vita tiene grabada a fuego en la memoria esos momentos es lo que estaba 'enganchada' a la máquina de quimioterapia y sonaban las alarmas por toda la ciudad al sobrevolar aviones rusos. La orden es que todo el mundo, incluida la gente hospitalizada, debía ir a los refugios subterráneos o a sótanos. «Las personas que estábamos conectadas no podíamos movernos. Cuando sonaban las sirenas, los médicos se iban corriendo, alguna enfermera se quedaba como apoyo, y nosotros nos poníamos a cantar para olvidarnos de ese ruido ensordecedor, no podíamos abandonar la quimio», explica la ucraniana.

Pero la ocupación se recrudeció, gran parte del personal sanitario se marchó a combatir y los medicamentos escaseaban. Aún así, Vita no quería ni oír hablar de huir a Mallorca. Pero cuando empezaron a llamar a filar a jóvenes poco mayores que su hijo pequeño, optó por seguir los consejos de su familia, hizo las maletas y dejó su casa atrás. Vita no se queja, pero le duele estar lejos de Ucrania en estos momentos, y agradece el recibimiento que ha tenido en la Isla. «Pisé Mallorca un 20 de julio y a principios de agosto ya estaba en tratamiento en Inca. Todo gracias a mi cuñada y al personal del hospital de día, sobre todo Luna, enfermera de la sección, que movió cielo y tierra para agilizar trámites y adelantar pruebas médicas».

Coloma Ferrer, Oksana Miroshnychenko, Maria del Carmen Cortés, Vita Tverezovska, Elena Torres y Antonia López, compañeras del hospital de día de Inca.

En el hospital de día ha conocido una nueva familia, un grupo de mujeres que pasan por la misma situación que Vita. «Imagínesela el primer día de quimio, sin hablar una palabra de español y solo en la sala, rodeada de compañeras con cáncer y con horas muertas por delante. Ese día me dieron permiso para acompañarla en todo momento. Así nos hemos hecho todas amigas -recuerda Oksana, cuñada de Vita, que ya superó un tumor similar hace unos años-. Compartimos buenas y malas noticias, momentos de bajón, horas de espera, compartimos recetas, organizamos comidas... es muy bonito».

Vita ya ha terminado con las sesiones de quimio y está a la espera de que le operen para saber si necesitará radio, pero lo que tiene claro es que quiere volver pronto a su hogar, aunque en Mallorca deje un trocito de su corazón.

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