La entrevista se desarrolla en Palmanova, no muy lejos de donde ETA cometió en 2009 su último atentado en España y que acabó con la vida de los guardias civiles Carlos Sáenz y Diego Salvá. Los expolíticos del PSOE Eduardo Madina y del PP Borja Sémper también estuvieron a punto de ser asesinados. A Madina le explotó una bomba lapa en el coche, pero salvó la vida por poco. La terrorista que iba a matar a Sémper consideró que llevaba escoltas y no disparó.
¿Qué enseñanza nos da ETA?
—Eduardo Madina: Que nunca más una idea tiene que valer más que una vida. Eso lo permite un fallo del sistema de valores éticos y para evitarlo hay que conocernos. El olvido va ganando terreno y en el libro aportamos un granito de arena al debate público para proteger a futuros vascos de sí mismos.
—Borja Sémper: También el poder destructivo de la exaltación de la patria y la nación por encima de la pluralidad de la sociedad en la que vives. En este caso tratamos la vasca, pero podemos hablar de la española o la rusa.
¿Puede repetirse ese terrorismo?
—E.M.: No creo que existan condiciones para una estructura militar como ETA en un contexto como el actual, aunque el ambiente se ha llenado en busca de purezas que no imaginé en una Europa vacunada frente a extremismos. La constitución alemana prevé una cifra de inflación porque en el momento en el que surgió el primer paso de un gran abismo alemán fue por un problema de pobreza masiva.
—B.S.: Entender todo esto nos puede servir de alerta sobre los fenómenos que tendremos que abordar; no estamos inmunizados contra el totalitarismo.
Reivindican que España no sea homogénea. ¿Definirnos como un Estado plurinacional apaciguaría el conflicto territorial?
—E.M.: Hay quien ve el mundo en términos de pluralidad de naciones. Los socialdemócratas vemos sociedades de ciudadanos, que son estructuras de pertenencia cívica donde hombres y mujeres aspiran a ser iguales en todos los sentidos.
Pero no se puede negar que hay gente que no lo ve así.
—E.M.: En una sociedad de ciudadanía libre no se puede negar, pero en un contexto de naciones homogéneas, sí. Dentro de una sociedad cívica cabe gente que aspire a modelos basados en la nación; al revés, tengo dudas.
—B.S.: En esto coinciden el liberalismo y la socialdemocracia. Nosotros hemos vivido en una sociedad rota y atemorizada donde se imponía una manera de ser vasco, y ahora son tiempos propicios para que vengan a decirnos cómo ser español de verdad y excluirnos si no respondemos a sus requisitos
Ven bien que Bildu represente a la izquierda abertzale, pero no que condicione la gobernabilidad de España. ¿Por qué?
—E.M.: Dudo que Bildu quiera formar parte de las lógicas de gobernabilidad de España; de hecho, ellos mismos lo dicen.
—B.S.: Podemos aceptar con normalidad su participación en las instituciones, pero no quiero que los partidos que quieren alterar el orden constitucional influyan en la gobernabilidad.
¿Cuál es la «agenda pendiente» de Bildu que señalan en el libro?
—E.M.: Proponer un futuro de Euskadi pensando en el daño causado a las víctimas. No basta con condenarlo. Deben dar el salto, pero implica rupturas que no son sencillas.
—B.S.: Que toda la energía que usaron para justificar una cultura de la violencia la pusieran ahora para desmontar la historia de ETA, pero no lo percibo. Sé que no es fácil, pero es su problema si no son capaces de decir cosas sensatas y razonables.
¿Que el PP o Vox les llamen filoetarras no desvirtúa el lenguaje?
—E.M.: Pensar que no deban estar en las instituciones es un error. «O armas, o votos», dijo Alfredo Pérez Rubalcaba. Ya no hay bombas y deben de tener un recorrido institucional. En nuestro proyecto de país caben, aunque en el suyo no cupiéramos. Pero si todo es ETA, nada lo es. Si lo de hoy es terrorismo, ¿qué fue lo de Hipercor?
—B.S.: La aceptación debe de ser natural si cumplen con los requisitos para operar en política.
La construcción política del extraño ha vuelto para quedarse.
—E.M.: A mucha gente no le caben en la cabeza las vidas, los dioses o la orientación sexual de los demás y no quieren que quepan en el espacio público. A Rocío Monasterio o Santiago Abascal no les caben muchas formas de vida y quieren que no esté en el espacio público; yo quiero que quepa incluso Abascal.