Dejar atrás los tabúes y avanzar en la sociedad implica que se visibilicen aspectos del ser humano antes ocultos. Es el caso de la transexualidad en los menores. Esta condición, que antes se ocultaba hasta la edad adulta por miedo a las represalias, está cogiendo fuerza en las últimas semanas con la publicación del protocolo balear para los centros educativos. Permite a los menores transexuales usar el nombre, la vestimenta y el baño del sexo con el que se sienten identificados, además de cambiar el nombre en toda la documentación administrativa.
Este es un logro para el colectivo transexual, pero detrás de la victoria hay una larga lucha de las familias afectadas y de la asociación para menores transexuales Chrysallis.
En Mallorca hay cuatro menores con estas características, aunque a nivel estatal hay más de 400. María del Castillo Ramírez y María Luisa Rosa son madres de dos pequeñas transexuales de cinco y ocho años, y están luchando «para que las niñas sean tratadas igual que las demás». Opinan que hay «mucha desinformación», y cuentan que el ritmo del tránsito (el paso de dentificarse socialmente con el sexo asignado al nacer a ser reconocida su identidad sexual) «lo marcan las menores», aunque es «lo más complicado». «Cada menor es un mundo, se vive de manera muy diferente», afirman.
Tránsito
Joel es una pequeña de 5 años que al nacer fue identificada como niño por sus genitales. Sus padres sabían que las actitudes de Joel eran femeninas, pero fue con tres años cuando se dieron cuenta de su transexualidad e hicieron el tránsito en un verano.
Mª del Castillo Ramírez, la madre, asegura que «al principio piensas que los indicios son de homosexualidad, pero luego ves que es algo más allá». Aún así, sostiene «que el tránsito de Joel hacia su verdadera identidad sexual fue fácil». Nunca le coartaron en la elección de juguetes y «si quería una Barbie por su cumpleaños, se compraba», recuerda.
En el colegio, nadie ha puesto impedimentos y lo han hecho fácil. «Ella va a clase y no tiene problemas con profesores ni compañeros», sostiene. Ahora mismo el mayor problema es cuando «su falda está sucia, que no hay quien se la quite».
Mª del Castillo recuerda el momento en el que comprendió que Joel, de tres años, era una niña: «La estaba peinando y se volvió y me pidió que la llamase hija. Yo la miré y lo repetí, hija. Ella me abrazó y se fue a jugar. En ese momento pensé ‘ya está, vamos a tratarla como se siente'».
Etapa
María Luisa Rosa es la madre de Ensa, una niña transexual de ocho años. Desde que comenzó a hablar se refería a sí misma en femenino. Sus padres la corregían diciendo que «él era un nene».
Rosa y su pareja no sabían que le ocurría a su hija. «Los médicos decían que era una etapa, que imitaba a su hermana. Yo sabía que no era eso». recuerda la madre. A los seis años, Ensa afirmó que «era una niña», y pidió como regalo de cumpleaños «ir con un vestido rosa a clase».
La tutora de Ensa detectó que la pequeña estaba triste. Una vez supo lo que pasaba, ayudó a los otros niños del colegio a comprender la transexualidad: «Les equiparaba la sensación de que te obligasen a ser del equipo de fútbol contrario. Todos lo entendieron», cuenta Rosa. Después se informó al resto del niños del colegio y cesaron las burlas.
Cuando encontraron la Asociación de Menores Transexuales Chrysallis entendió qué era lo que le pasaba a su hija, y fue «un alivio, porque al fin le pones nombre». Alex, el padre de la menor, lleva dos años trabajando para Chrysallis.