Apenas son las siete y media de la mañana, es domingo y el silencio es total en casa, pero Clara y Miquel ya están despiertos. Bajito, casi en un susurro, se preguntan si habrán pasado ya los Reyes, pero no terminan de decidirse a comprobarlo. ¿Y si se encuentran con los Magos en el salón? La víspera, una vez acabada la cabalgata, regresaron a casa excitados tras haber visto a los Reyes de cerca, aunque para ello papá y mamá tuvieron que sentarlos sobre sus hombros. Antes de ir a dormir comprobaron, por enésima vez, que sus zapatos estaban junto al ventanal del salón, galletas para los Reyes y agua y lentejas para los camellos. Apenas pusieron sus cabecitas sobre la almohada, se durmieron soñando con los regalos que les iban a traer los Reyes.
Al final, la curiosidad puede mas que el temor a tropezarse con los Magos, así que Clara y Miquel se dirigen al salón. Hay muchos regalos. Mientras Miquel, paralizado por la emoción, contempla la cantidad de paquetes que hay junto a su zapato. Clara da saltitos de alegría mientras grita: ¡Han venido los Reyes, han venido los Reyes!. Y corre a despertar a sus padres. Regresa y empieza a abrir paquetes mientras las exclamaciones de alegría y sorpresa van en aumento. «Mira mamá, me han traído el patinete y la máquina de hacer chucherías de Monster High que había pedido», dice mientras descubre que también está la Barbie fashionista sirena.
Miquel se lo toma con más calma y en vista de que los Reyes –no se sabe si porque estaban desganados o por las prisas– no se han comido las galletas de chocolate, coge una en cada mano y empieza a mordisquearlas con una cara sonriente. Mientras, mira a su hermana, sus padres y los paquetes que hay junto a su botita marrón. Miquel tiene dos años. Su madre le ayuda a desempaquetar sus regalos. Aparece ante sus ojos un correpasillos con forma de coche de carreras de aire vintage que a buen seguro ‘disfrutarán' también los vecinos del piso de abajo; y Mr. Potato, un educativo juego de fieltros. Clara, que ya ha abierto todos sus regalos, interrumpe sus juegos para enseñar a Miquel como se pegan el bigote o las orejas al Mr. Potato.
Miquel prefiere seguir investigando y en un rincón ve unas brillantes monedas, una botella de champán miniatura, una cazuelita con cosas de vivos colores –dulce típico del día de Reyes en Mallorca en peligro de extinción que imita con azúcar y colorantes los ingredientes de unas sopas mallorquinas– y algo que parece una piedra pómez. Mamá le explica que es carbón de azúcar, Miquel lo muerde y escupe, está duro y no le gusta el sabor. Opta por lo seguro, las monedas y la botella de chocolate.
Es hora de ponerse en marcha. Los Reyes siempre dejan algo en casa de familiares. La comida, la última de Navidad, como es tradicional, será en casa de los abuelos. De postre, no faltará el ya casi tradicional tortell, con su brillante corona de cartón. Pero lo primero es lo primero y los reyes de los abuelos son especiales. Le han dejado una casita de madera en el jardín que no le falta de nada: cocina para que Clara pueda guisar, cuentos para leer y en el exterior, un coche deportivo para Miquel. Lástima que apenas hay tiempo para jugar. Por la tarde, hay que ir a casa de los otros abuelos y de la madrina de Clara.
Lo dicho, un día agotador, lleno de emociones y sin apenas tiempo de disfrutar de los juguetes. Hoy es lunes y hay que volver al colegio.