La historia de Bearn o la sala de les nines es un poco «enrevesada». Lo admiten Pilar Beltran y Jordi Cornudella, responsables de la nueva edición que acaba de lanzar Edicions 62 de la célebre obra de Llorenç Villalonga, en la conmemoración del 45 aniversario de la muerte del autor. El texto vio la luz por primera vez en 1956 bajo el título Bearn o la sala de las muñecas, con el sello mallorquín Atlante y prólogo de Camilo José Cela. Con todo, parece ser, según explican Beltran y Cornudella en una nota introductora del citado nuevo volumen, que Villalonga hubiera empezado a escribir el texto en catalán, pero tradujo la parte que tenía hecha y la completó en castellano para poder optar al Premio Nadal. Galardón que acabó cayendo en manos de Rafael Sánchez Ferlosio por El Jarama.
No fue hasta 1961 que salió la primera versión en catalán, editada por Joan Sales, autor de Incerta glòria –que Agustí Villaronga llevó a la gran pantalla–. Sales, apunta Cornudella, «tenía una forma de trabajar muy intervencionista» y, por su parte, «Villalonga era de ese tipo de escritores que se dejaba hacer».
Y eso teniendo en cuenta que Sales suprimió el epílogo y cambió ciertos fragmentos del principio de la historia porque mencionaban elementos de ese epílogo. Asimismo, añadió varias notas, algo «habitual» en Salas, según el editor. De hecho, cambió importantes aspectos de la lengua, incluso en el título, suprimiendo la segunda parte y dejándolo, simplemente, como Bearn.
«Suerte»
Posteriormente, el autor «tuvo suerte» y poco después, en 1966, ese texto quedó recogido en una edición de las obras completas de Villalonga, a propuesta de Joaquim Molas para Edicions 62 como El mite de Bearn. «Ahí, Villalonga aprovechó la ocasión para, por fin, publicar la versión que quería», cuenta. «Ese fue el primer enredo». «En el mundo editorial a veces cuesta saber en qué lengua se escribió el texto original.
En este caso, parece que Bearn fue primero en catalán y luego en castellano para, de nuevo, volver al catalán. Pero es que cuando Villalonga lo escribía en catalán parece que había a su lado a alguien que le hacía de secretario corrector. Ese fue, inicialmente, Jaume Vidal Alcover. Luego, en las obras completas de Edicions 62, se encargó Josep Antoni Grimalt –fallecido el pasado verano–», detalla.
Comparándolo, por ejemplo, con la nueva edición de Solitud, de Víctor Català, Cornudella señala que «en ambos casos había unas cuantas ediciones con diferencias importantes que salieron a la luz en vida de la autora, pero también es cierto que en el caso de Víctor Català contábamos con una correspondencia entre ella y el editor en el que manifestaba su voluntad, algo que siempre se debe tener en cuenta y, por otra parte, se contaba con un manuscrito muy confiable. En Bearn no hay un texto base sobre el que volver, porque el manuscrito que tenía en mano Grimalt ni siquiera era el que Villalonga dio a Edicions 62 para editar las obras completas. El propio Villalonga confió a Grimalt la corrección del texto, porque no estaba tan seguro de la lengua como Víctor Català lo estaba de la suya».
Grimalt hizo algo «filológicamente arriesgado», avisa Cornudella: «Confesó que, si hubiera sido por él, no hubiera llevado a cabo esa intervención, pero dijo que lo había hecho porque así se lo había pedido el escritor». «Entonces, ¿qué debemos hacer? Podemos creer a Grimalt o no. Nosotros optamos por creerle porque sus intervenciones en la última edición tienen mucha lógica, por ejemplo, en temas lingüísticos.
Grimalt siguió las instrucciones de Villalonga e hizo que los diálogos estuvieran escritos en lengua hablada, algo que contrasta con la intervención que hizo Sales», matiza Cornudella, quien aseguró que habló largo y tendido sobre este asunto con Grimalt. «Está claro que sabía lo que hacía, tiene un grado de fiabilidad muy alto».
Con todo, esa no es la última versión del texto, ya que tras la muerte de Villalonga, en 1980, el propio Grimalt volvió a revisar la novela para una edición ahora póstuma de las obras completas, de nuevo para Edicions 62. Así, en 1993 se reimprimió en una Selecció d’obres de Llorenç Villalonga, en dos volúmenes publicados en 2006 por el Consorci per al Foment de la Llengua Catalana i la Projecció Exterior de la Cultura de les Illes Balears(COFUC). Ese sería el texto definitivo, el que aunaba la voluntad de Villalonga, que restituía el epílogo y mantenía coherencia lingüística. La cuestión es que aquella última versión quedó «enterrada» y si bien fue saliendo en ediciones de bolsillo y otros formatos, no se había publicado como tal. Hasta ahora.
Valor
«El problema con el que topamos los editores cuando se trata de una obra de fondo, con valor histórico como esta, es que tienes que hacer entender a los lectores que el valor del libro, más allá de que es un clásico y tiene importancia histórica, es que también es divertido y que puedes pasar un buen rato leyéndolo. Hay que romper la etiqueta de que los clásicos son aburridos porque es, precisamente, al revés», razona.
Por otra parte, esta nueva edición cuenta con las opiniones de cuatro lectores de excepción: los mallorquines Sebastià Alzamora, SebastiàPortell y Carme Riera y la catalana Carlota Gurt. Todos comparten su visión de la obra deVillalonga, pero, además, también experiencias personales. Sobre todo Riera, quien confiesa que el autor vivió durante una época en su casa, aunque «no era santo de especial devoción» de la familia. De hecho, asegura que le prohibieron enseñarle el manuscrito de Te deix, amor, la mar com a penyora.
En su caso, como lector, Cornudella destaca el «esfuerzo de fabulación» y, sobre todo, cómo refleja las contradicciones y ambigüedades. «No es que nada sea blanco o negro, es que tampoco es gris;puede ser blanco y negro a la vez. El protagonista, donToni, es un conservador y revolucionario al mismo tiempo; está a favor de la modernidad y el progreso, pero es partidario de dar algunos azotes a los criados porque para eso están», razona.