Ignoro si cualquier tiempo pasado fue mejor. En todo caso, la vida es mejor cuando se es joven. Tienes ilusiones, esperanza, energía, sueños y proyectos. Aunque la mayoría quedan sepultados bajo el ‘confeti’ de las responsabilidades adultas. Quizá por eso los jóvenes disfrutan de la música con un entusiasmo luminoso, mientras que el del cuarentón es más bien catártico. Catarsis, pero también recuerdos, ternura, épica, himnos y momentos de epifanía con los brazos en cruz, eso es, precisamente, lo que ofrecieron en este segundo round del Mallorca Live Festival Massive Attack y Suede. Les dedicaría un monográfico, pero me pagan por aportar una visión más global...
David Cabot, Iboreh, Senda Fatal y Tebals alzan el telón de la jornada. Les reemplazan Midnight Walkers, proyecto con una arquitectura sonora esbelta que flirtea con el synth pop melancólico y bailable de los 80. Cómo no reparar en ellos si llevan trenzados en su ADN bandas como New Order... Los mallorquines proporcionaron el sorbo más refrescante en los caldeados prolegómenos. Son más de las 19.00, los escenarios están tomados por La Milagrosa, Lourdes Lourdes, Bikôko y Peligro!, trío con letras afiladas y poderosa voz femenina que siempre luce atinada al rescate de un rock con aroma noventero.
El sol brilla con intensidad cuando Maika Makovsky hace suyo el escenario, pero sus tramas oscuras ligan mejor con las penumbras de la noche. La mallorquina fue desgranando su catálogo, repleto de canciones que pasan de la calma a la estridencia sin apenas avisar. Bajo esa premisa casi teatral y con un semblante rígido y seguro, demostró que pocos artistas locales se manejan con su aplomo sobre el escenario. Su final coincidió con el arranque de Yahaira y Niños Bravos, un conjunto que avanza por la vida con ironía y melodías que recuerdan a formaciones como Weezer y Green Day.
Maximiliano Calvo y Alcalá Norte simultanearon sus directos. El sonido de los últimos resulta difícil de encasillar, mezclan post punk y britpop con elementos de La Movida, creando una atmósfera de color y fiesta. Más introspectiva se mostró Malena Fernández, alma mater de El Momento Incómodo. Su rock confesional evoca las voces femeninas con las que creció, desde Alanis Morissette y Avril Lavigne, hasta otras más actuales como Julia Jacklin y Alvvays. Sabe cómo llegar al público, le ayuda su humildad, una condición que ha convertido en estandarte. Sus canciones sin coraza allanaron el camino de otros maestros del ‘salto al vacío emocional’: los ingleses Massive Attack llegados desde Bristol.
Euforia
Aunque suenan más negras que el betún, las canciones de Robert Del Naja y Grant Marshall también exhiben euforia. Que se entienda: la suya no es una euforia al estilo Friday I’m I Love... Sus canciones muerden, queman y alimentan porque rebosan esa poesía difusa -política y reivindicativa- que consigue impactar, y aun así procuran una sensación reconfortante y disfrutable. Armados con un background que traspasa fronteras (hip hop, rock, soul, new wave y toneladas de imaginación), los de Bristol tuvieron un ‘masivo’ recibimiento, que correspondieron con un setlist epítome de su naturaleza oscura y también melancólica.
Cambio de tercio para chequear la propuesta de Tripolism, un techno pop con alma californiana y regusto a fiesta playera que no sonaría tan sorprendente de no ser porque procede de Dinamarca. Un poco más allá, C Turtle desenvaina su rock alternativo, repleto de guiños al grunge, esa escena de agitada belleza que reflejó la angustia existencial adolescente. En su lúcido frenesí también hay ecos a The Melvins, Pixies y Pavement. Una pena que se solaparan con Suede. Pero es hora de tomar un vaso grande de felicidad… Mientras me encamino hacia el show de los británicos, me detengo unos minutos en el escenario donde Angélica García exhibe su pop experimental, una propuesta fresca y exenta de fronteras a la que, en cualquier otra situación, habría dedicado más atención.
Vértigo
Y entonces, en medio del vértigo sonoro y la euforia compartida, apareció Brett Anderson, figura casi dionisíaca en su entrega. No interpretó canciones: las encarnó. Cada gesto, cada quiebre vocal, fue un recordatorio de que el rock -cuando es auténtico- no envejece, muta en liturgia. No solo invocaron los noventa, lo resignificaron como una herida luminosa que sigue latiendo en el presente. Fue un acto de resistencia elegante, de nostalgia sin cinismo. Un canto a lo bello y lo fugaz. A lo que fuimos. A lo que aún somos cuando suenan los acordes adecuados. Si Suede tuvo un paso sísmico por el festival fue, en gran medida, por su líder, un animal escénico con más tablas que Ikea que derrochó sofisticación sin dejar de interactuar con sus anfitriones. No sólo nos devolvió los 90, también el brillo en los ojos y las tardes de pipas y sueños. Dicen que solo se vive una vez, pero es mentira. Solo se muere una vez, se vive cada día.
El recinto brilla como un candelabro en los días de fiesta, es más de medianoche cuando cerramos esta crónica sumidos en la rave de Tsha, una cultora de los sonidos pop loopeados que amenizan las raves en el país del fish & chips. Más tarde caerán The Family Men, Rigoberta Bandini, Ralphie Choo, Villano Antillano, Grande Amore, Chloé Callet y Flordhiguera. Hoy, el Mallorca Live echa el cierre con Iggy Pop y Bad Gyal entre otros.
Un concierto de solo 5 canciones, poco intenso, rutinario, previsible, nada emotivo, cubrir el expediente y poco mas. Nada que ver con el conciertazo de Suede, brutal, intenso, maravilloso, gran sonido, gran banda. Un Brett Anderson que con 62 años demostró un nivel y energia increible a la altura del del mitico concierto de 2002 que puede ver en Benicasim. Lo de ayer fue un regalo, un conciert para no olvidar, largo, intenso, potente. Ademas fue su despedida de los escenarios, ayer fue el ultimo concierto de Suede.