Casi simultáneamente a la publicación de Cul-de-sac (Lleonard Muntaner), de Joan TomàsMartínez Grimalt (Palma, 1984), se anunciaba que la obra subiría al escenario del Teatre Principal de Palma, el final más esperado de cualquier dramaturgo. Lo presentará mañana a las 19.00 horas en Can Llobera (Pollença), junto a Núria Fiol y Núria Sbert, que harán una lectura dramatizada de algunos fragmentos, dirigida por Mar Fiol. Ellas son precisamente las que conforman la nueva compañía Clandestines, que se encargarán del montaje para el Principal. La siguiente presentación será el miércoles 30 en la librería Ínsula Literària de Palma.
Cul-de-sac, ganadora del Premi Llorenç Moyà d’Obres Dramàtiques 2024 de Binissalem, está ambientada en una ciuad anónima y en una época sin concretar en la que la masificación turística y la gentrificación provocan la expulsión de los residentes y su precariedad. En este contexto, dos mujeres jóvenes terminan formando parte de una organización armada decidida a poner solución al problema con una acción radical. En este sentido, el autor reconoce que es un texto ambiguo, aunque «la situación actual se ha degradado tanto que hace tres años esta obra sería futurista, aunque ahora nos parezca presentista».
Les justes, de Albert Camus, atraviesa la historia. Partiendo del pensador francés, Martínez Grimalt invita a reflexionar al lector sobre «qué reacción posible hay ante ciertos grados de injusticia u opresión». En este sentido, admite, «el texto no es claro». «Pienso que durante la modernidad literaria ha habido una tendencia por parte de la autoría a posicionarse de una manera clara a favor de la idea de héroe o antihéroe, protagonista o antagonista... Es un modelo narrativo típico de los siglos XIX y XX, pero en el XXI vivimos en tal ambigüedad moral que es muy difícil que un autor se posicione decididamente por una tesis que no admita una escala de grises». Así las cosas, Cul-de-sac «no es un alegato a favor del terrorismo, pero tampoco un alegato a la inacción; plantea un escenario extremo pero posible». «Habla de una ambigua represión política, de recortes de libertades individuales y colectivas y eso resuena hoy, es la inercia de Europa», añade.
De hecho, una de las protagonistas lamenta que su abuela vivió durante 40 años en una casa y que le imponían un alquiler de 1.500 euros cuando solo cobraba 400 de pensión. No murió de pena, avisa, sino de rabia. Sobre si sentimos más rabia que pena, Martínez Grimalt apunta que «morir de pena tiene que ver con la resignación, aceptar el lugar del mundo en el que te han colocado» y, en cambio, «morir de rabia es terrible igualmente, pero hay cierto grado de subversión; son matices no intelectuales, sino más bien intuitivos».
Por otra parte, a través de las protagonistas, el dramaturgo se muestra crítico con la clase política: «Lo hago para que no duerman tranquilos», justifica una de ellas. «Cuando no tienes nada, cuando la única resistencia posible es hacer daño al otro, la vida se vuelve precaria. Esta frase habla más de la fragilidad de la persona y de la situación que está obligada a vivir que no de los actos que termina llevando a cabo», razona. «Si preguntáramos a la población qué preocupaciones tiene, la primera o la segunda posición la ocuparía posiblemente el acceso a la vivienda; pero los políticos tienen otro orden de prioridades. La noción de bienestar es muy diferente: alguien puede decir que reside en que las cifras macroeconómicas cuadren, pero no puedes entrar en elementos más profundos que hagan cambiar de parecer a esa persona. Puedo rebatir y poner otros argumentos encima de la mesa, pero es que responde a una manera de ver el mundo y entender la sociedad diferentes; no puedo negar los principios por los que afirma este planteamiento», agrega.
Así las cosas, el dramaturgo se define como una persona «muy radical». «Para mí la radicalidad es ir al origen de las cosas, a la raíz, que, de hecho, es etimológicamente de donde surge el término. Por ello, nunca he entendido que ser radical tenga una connotación negativa», concluye.