A finales del siglo XIX, el neurólogo francés Jean-Martin Charcot, que trabajaba en el Hospital de la Salpêtrière, encuñó el término ‘hysteria' y, para demostrar sus efectos en las mujeres, las sometió «a una exploración o exhibición de sus cuerpos». «Lo curioso es que las colocaba delante de la cámara y pedía que posaran de una forma concreta para poder así catalogar los síntomas de la hysteria. Era una suerte de sesión fotográfica ficcionada y teatralizada», explica la escritora y directora de escena Carla Nyman (Palma, 1996), que precisamente dedica su nueva obra de teatro a esta «cosmogonía» que ha llegado a nuestro tiempo como insulto misógino. Hysteria se estrenará el 25 de septiembre en el Teatro La Abadía de Madrid, donde podrá verse hasta el 13 de octubre con Lluna Issa Casterà y Mariano Estudillo como actores protagonistas.
«El proyecto surgió hace unos dos años y a partir de diferentes inquietudes: una de ellas, la histeria histórica, que ya se ha estudiado bastante especialmente vinculado con Freud, pero me sirvió para investigar cómo llega a nuestros días. Es un síntoma de género, está vinculado con lo político y lo social que se ve reflejado justamente en sectores no privilegiados, marginales, que sufren ese yugo de maltrato y disidencia, como puede ser el colectivo LGTBI. Esto genera un malestar en la cultura y era precisamente lo que quería estudiar y explorar. Luego me interesé por cómo se refleja en la lógica impuesta por la sociedad y las esferas de poder y lo que queda en los márgenes, que genera otro discurso: el de la histérica. Es un concepto que relacionamos con lo que no tiene sentido, lo ilógico, el ‘no te entiendo, se te va la olla'. Pero, ¿qué quiere decir ser una histérica o estar histérica? A lo mejor se trata precisamente de introducir en la lógica del lenguaje impuesta nuevas palabras para ampliar la realidad y matizarla. Al fin y al cabo, creo que el lenguaje construye la realidad, pero lamentablemente siempre está en manos del interés y del poder».
Este es el marco teórico que le ha servido para erigir Hysteria, que, a su vez, se gestó mucho antes de la investigación y que tiene un origen personal. «Hace tres o cuatro años fui a la consulta médica rutinaria y el doctor empezó a decirme cosas que no tenían ningún sentido conmigo e incluso me llegó a diagnosticar una enfermedad terrible. No hacía más que buscar agujeros para encontrar esa supuesta enfermedad, estaba empecinado, pero al final resultó que se había equivocado de paciente. Es una anécdota terrible y graciosa. Cuando se la conté a mi pareja pensamos que sería un buen punto de partida para una obra. Nos imaginamos que el doctor seguía sin conformarse y llamaba a otros y me examinaban, pero, al no encontrar nada, llamaban a catedráticos de metafísica para que le ayudaran a descubrir dónde estaba la enfermedad. Terminamos ideando una cosmogonía de que todo el universo estaba contenido dentro del cuerpo», recuerda.
Algo parecido sucede en Hysteria, donde el espectador asiste a una consulta de un doctor empeñado en un diagnóstico a un nivel tan alto que termina siendo absorbido por el cuerpo de la paciente. «Está empecinado en explorarle todo el cuerpo y tener razón en su diagnóstico, así que es absorbido por ese cuerpo. Se mete en su interior y también el espectador. Así, las leyes de la gravedad cambian y también el código», señala la autora y directora, que reúne en esta pieza algunos de los temas que más le interesan, como ella misma reconoce: «Los orificios y agujeros anatómicos, que ya están presentes en el poemario Líquida tuya y vertebrada (Letraversal, 2023), y sobre todo cómo conforman la posibilidad de abrirnos el pensamiento de ensamblaje de cuerpos. Un agujero desdibuja la frontera del cuerpo, es arruinar la idea de individuo o unidad monolítica de sujeto; es la idea de que puede haber un ensamblaje, una red que conforma un organismo más grande. Y, a través de los agujeros, el doctor acaba entrando en esa especie de histeria o diagnósitco, que resulta que estaba más cerca de lo que pensaba», concluye.