Emmanuel Guigon está al frente del Museo Picasso desde el año 2016. Durante este tiempo ha realizado una labor de pedagogía para intentar acercar las obras de la pinacoteca a los residentes, incrementando el número de visitantes locales y convirtiendo el museo en «algo vivo», según el director, que ayer habló en la Fundació Pilar i Joan Miro de la amistad de Miró con Picasso y de cómo las vanguardias, especialmente el grupo surrealista, se quisieron apropiar de la obra de estos dos genios. La charla se enmarca en la exposición Miro 1983, comisariada por Enrique Juncosa, y que puede verse estos días en el espacio de Cala Major.
¿Qué relación tenían Picasso y Miró?
—Sentían una admiración mutua, pese a ser dos universos diferentes. Se encontraron muchas veces. La primera fue en el Liceo, en 1917, y tuvieron diversos momentos de amistad a lo largo de sus vidas. Un punto en común es que los dos artistas impulsaron su fundación en Barcelona, vinculándose de esta manera a la ciudad. Durante los años 20, Picasso, que ya estaba plenamente reconocido, ayudó a Miró durante su estancia en París.
La situación política también les unió.
—Otro punto importante que comparten es la militancia política o, mejor dicho, el rechazo a la dictadura franquista, que tiene como consecuencia el exilio de Picasso y la residencia permanente de Miró en Mallorca, años más tarde. Durante la Segunda República no realizan un arte de propaganda, pero sí un arte comprometido. Son muchas las cosas que los unen; el collage, los objetos encontrados que forman parte de esculturas, sin olvidar la cerámica, que usan de forma muy personal, Miró de la mano de Artigas y Picasso con formas y temáticas que beben del mundo clásico.
Los dos artistas vivieron de forma muy profunda y quedaron muy marcados por la Guerra Civil, ¿no es así?
—Picasso fue muy generoso con todo el mundo. Durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial ayudó a mucha gente. Vivía más o menos escondido, no estaba amenazado de muerte, pero no podía exponer. Su circunstancia vital, durante aquellos años, fue muy difícil. Miró, al contrario, es cuando comienza su serie de Constelaciones, en Normandía, que se convertirán en una de sus obras más reconocibles. Y no podemos olvidar tampoco el Guernica y todo lo que supone, claro.
¿A qué se refiere con la apropiación que querían hacer los vanguardistas?
—Los dos artistas tenían los mismos amigos poetas, como son Breton, Aragon o Tzara, entre otras figuras relevantes. Todos tenían una relación profunda, los surrealistas trabajan una anatomía del deseo, con puntos de vista diferentes según el autor. Miró reconoció que la persona más importante, la que le hizo comprender el mundo y el arte de otra manera, era André Breton.
Otro interés compartido entre Picasso y Miró es la obra de Alfred Jarry.
—Si, los dos autores estaban muy interesados, sobre todo por la pieza de teatro de Ubu Roi, que narra la historia de la figura grotesca de un general, lleno de medallas y caricaturizado, que podía ser una metáfora de Franco y, a la vez, de cualquier dictador. Montaremos una exposición en el Museo Picasso en la que aparecerán diferentes piezas, entre ellas las del montaje de Bob Wilson, que se pudo ver primero en Mallorca y que está basada en una puesta en escena previa de Miró.
La idea de Picasso como un genio atormentado le persigue como una leyenda negra.
—Un museo tiene que hablar de todo. Hemos creado un doctorado sobre la visión de la mujer en Picasso, y realizamos exposiciones de artistas feministas como Concha Calvo. Me parece importante la mirada, pero debemos de poner las cosas en su sitio. Pese a cierta leyenda negra, lo que es cierto es que Picasso ayudó a mucha gente de su entorno. Después de la Primera Guerra Mundial era un artista consagrado y con un gran tren de vida, y si algún colega necesitaba dinero, él se lo prestaba.