No quiero hablar de la actriz, de lo que Maruja Alfaro fue y significó para el teatro balear. Lo hará todo el mundo, y aun así se quedarán cortos en halagos y agotarán los aduladores epítetos. Todos merecidos. Tampoco quiero titular el artículo Mort de Dama. Obvio. Aunque cierto y acertado. Prefiero hablar de mí, aunque parezca arrogante. Aún lo sería más poner 'nosotros'.
Quiero compartir lo poquito personal que me relaciona con ella, y que pese a ser un par de episodios mínimos, quizás insignificantes, los guardo como un tesoro. Con dedicatoria, además. Y me explico. A parte de admirarla como público, tuve la suerte de entrevistarla como periodista sobre la compañía Zanoguera Alfaro para una serie de reportajes sobre el sector. En 2006. Era locuaz, amable y afectuosa. Y aunque se quejaba, disfrutaba de una memoria espléndida, que enriqueció la charla con infinitos detalles profesionales y personales. Pero lamentó haber olvidado algo que quería mostrarme. «Lástima, a la próxima», dijo sin especificar. No volví a coincidir en años. Trabajaba poco. Pero en 2014 aceptó encerrarse en un diminuto cuarto de baño, junto a Aina Segura (otra grande), para hacer un microteatro. Aplaudí a rabiar. Como todos. Y lloré. Como siempre. Al salir, y pasar junto a ella susurró: «Matesanz, casi me haces llorar a mí». Eso me dijo, y rio. Primer recuerdo atesorado. Pero hay otro.
Porque dos años después, en 2016, quise contratarla para hacer un Teatre de Barra. La llamé, y me dijo: «No». «No me veo trabajando en un bar. A mi edad ya no». Tenía 86 años, así que lo lamenté, pero no insistí. Por eso, cuando al día siguiente recibí su llamada me sorprendió. «¿Habrá cambiado de opinión?», pensé. Pero no, aún mejor. «Matesanz, ¿por qué no nos vemos?»; «¿me vas a decir que sí?»; «no». Pues vaya, pero por supuesto fui a verla. Habían pasado 12 años, pero me dijo: «Esto es para ti, te lo había prometido». Era un ejemplar dedicado, con la fecha de entonces, de su libro No tot foren flors. Porque también ella sufrió una vez, aunque tantas veces nos hizo felices. Y lo quiso compartir conmigo. Y recordó, que quería compartirlo conmigo. Así que gracias. Hoy volveré a leerlo.