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‘Palma Grindhouse', o cuando ir al cine era como acudir a «una misa profana»

Pako Navarro y Joan Villafàfila firman esta obra que presentan hoy en RataCorner a las 19.00 horas

Pako Navarro y Joan Villafàfila posaron para esta entrevista en Palma. | Teresa Ayuga

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Una época y una forma de entender el cine que no solo ya no existe, sino que parece impensable. Es lo que se respira en Palma Grindhouse, libro de Pako Navarro y Joan Villafàfila cuyas páginas transpiran amor a los cines de barrio, al de explotación, las sesiones dobles y a todo un tiempo en el que ir al cine era «como ir al misa para el profano». Los dos autores lo presentan este jueves, a las 19.00 horas, en RataCorner junto al historiador Biel Vives y el novelista Házael González.

El origen del libro se remonta a diez años atrás, cuentan. De «casualidad», tal y como detalla Villafàfila, dio con unos periódicos antiguos en los que los anuncios de cine eran muy exagerados, con menciones a lo explícito de la violencia o lo sexual de las cintas. Un gancho promocional para vender al público algo comprado «a ciegas», porque en esa época los exhibidores se la jugaban con lo que mostraban. Y un gancho que, a decir verdad, sigue siendo efectivo porque los dos autores empezaron así a cavilar el origen de un proyecto que les llevaría a dar varias charlas.

Una cosa llevó a la otra y la Nova Editorial Moll se interesó por la temática para un libro. Tras la pandemia fue rodado y el proyecto empezó a emerger tras las entrevistas y las investigaciones que permitían entrever un mundo próximo, pero inalcanzable. Reconocen ambos que al no haber vivido esta época, puede haber riesgo de «idealización romántica», pero en cualquier caso se trata de otra forma de ver el cine y experimentarlo: «En la sala te encontrabas con tus vecinos, el panadero, te enterabas de los cotilleos del barrio, en lugar de comer palomitas sacabas tu bocadillo que traías de casa, etcétera». Ni mejor ni peor, sino diferente.

Con sus más y sus menos, eso sí, como la falta de calefacción o aire acondicionado o incluso que se colaran palomas porque había que abrir una ventana. Toda esta historia de los cines de barrio se salpica en el libro con el género mismo del grindhouse, pelis claramente hijas de su tiempo, difíciles de conseguir entonces, de culto muchas de ellas ahora, sinónimo de la rebeldía y la libertad creativa, así como de la búsqueda de formatos nuevos y poco convencionales. Algunos títulos tan míticos que muchos desearían poder haber visto alguna de esas cintas en pantalla grande. En el caso de los autores, por supuesto, también hay dos de esas pelis: Navarro se queda con Maniac, de William Lustig, y Villafàfila con La semilla del diablo, de Roman Polanski.

Es pues, y aunque sea algo que se dice mucho en general en este caso es cierto, una carta de amor al cine, a un cine concreto, mejor dicho, y sobre todo a la gente que lo hizo posible: sus trabajadores. «Con lo que más nos quedamos es con las palabras de los proyeccionistas, acomodadores y taquilleros que hemos entrevistado, gente que hacía un trabajo fuera de lo común y están superorgullosos de haber pertenecido a este gremio».

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