Después de las exitosas Reis del món (Proa, 2020) y Ràbia (Proa, 2022), esta última Premi Òmnium el año pasado, Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972) ambienta su nueva novela, La Federal –también con Proa– en el convulso siglo XIX, concretamente en un episodio histórico injustamente «arrinconado»: la insurrección de dos mil hombres en La Bisbal (Girona), el 6 de octubre de 1869. Aunque pueda parecer un hecho remoto, lo cierto es que, como puntualiza el propio autor, «es una novela de ideas filosóficas y políticas que se plantean en el siglo XIX, pero que son muy vigentes hoy en día, en los debates que se ponen sobre la mesa, como el colonialismo, el feminismo, el sindicalismo o, de forma especial, el conflicto territorial entre Catalunya y España; esas dos Españas: la progresista y la reaccionaria, y cómo cabe o no Catalunya dentro de ese esquema».
La Federal, que presentará primero en Girona el próximo miércoles 13 y luego en Llucmajor, en el Centre Internacional de Fotografia Toni Catany al día siguiente, y en Palma (Quars Llibres) el 19, está protagonizada por dos personajes reales: Pere Caimó, diputado y alcalde que lideró la revuelta que perseguía acabar con la monarquía absoluta y convertir España en una república federal, y la primera sindicalista catalana, Isabel Vilà.
«Él es un catalán hijo de indianos que se oponen a la esclavitud y la explotación. Es un progresista de su tiempo y se enfrenta a los reaccionarios. Ella, por su parte, es una pionera del feminismo y el sindicalismo que, a diferencia de él, no procede de una familia tan acomodada. Es una persona muy instruida, pero supera en ímpetu a Caimó, por eso él la mira con simpatía y admiración, pero también estupor», compara Alzamora.
Poder
«¿Por qué motivos se puede impedir al gobierno que abuse de sus potestades?» es la cita que abre El Federal. La frase es de John C. Calhoun (Disquisición sobre el gobierno, 1848), «uno de los pensadores de la América federal» y refleja «un problema al que siempre se enfrentan las sociedades: cómo conseguir que el gobierno no se extralimite y pise los derechos de los ciudadanos, cómo evitar el abuso de poder, que puede ser brutal, pero también sutil. En el caso que aquí nos ocupa, se producen ambas situaciones: está la brutalidad del enfrentamiento entre el pueblo que se alza en armas contra las tropas reales. Y por una vez ganan los revolucionarios, aunque es una victoria inútil, porque pensaban que toda España se alzaría y al final están ellos solos. En esa época la información circula muy lentamente y se produce una descoordinación, por lo que se encuentran solos ante las tropas del Reino de España».
En esta línea, las insurrecciones y los periodos republicanos suelen ser calificados como épocas de inestabilidad, «como si fuera algo malo, cuando de hecho es un buen síntoma, porque es la expresión del pueblo para decir que no está conforme y protestar contra los abusos de poder». «La novela también trata sobre cómo el poder manipula, tergiversa y pervierte el lenguaje, algo totalmente aplicable hoy en día», remarca. «El lema que tienen los protagonistas es Llum per la santa causa de la llibertat. Si lo traemos a la actualidad, nos remite a Ayuso y a la extrema derecha, que se creen los grandes defensores de la libertad. Sin embargo, a mi humilde entender, la libertad va muy ligada al progreso y a la sociedad igualitaria y democrática, abierta a todos, respetuosa con la diversidad. Así que esa libertad que defienden esos revolucionarios del siglo XIX es una reivindicación que tiene todo el sentido hoy en día, aunque sus enemigos se han apropiado de la libertad y dicen que lo que queremos es imponer. No queremos imponer, sino corregir las imposiciones que ha habido. No estamos en contra de nada, sino a favor de todo», razona.
Catalán
El tema del catalán, avisa, es un buen ejemplo de ello. «No odiamos el castellano, porque no hay nada más estúpido que odiar una lengua, es como quien odia que salga el sol. Ahora bien, sí se merece el mismo respeto y estatus social, escolar, jurídico y de todo tipo que el castellano goza de forma natural. Lo mismo para el feminismo, ahora que es 8M. No tendríamos que discutir sobre que una mujer debería tener los mismos derechos y oportunidades que un hombre, es cosa del sentido común», añade.
Sobre si hemos perdido la capacidad de hacer una revolución, Alzamora señala que «está claro que vivimos mejor, así que es más difícil movilizar a la gente; cuantas más desigualdades o menos tiene uno que perder, más se moviliza». Con todo, subraya que «siempre hemos tendido a idealizar las revueltas anteriores y a pensar que ya no damos la talla, pero no es así». «En la actualidad, el mundo está lleno de revueltas y guerras, hay mucha gente luchando por causas nobles. Y la historia de la humanidad se explica así: por la tensión entre quienes quieren avanzar y quienes retroceder. La historia es el resultado de lo que queda de este tira y afloja. Es cierto que a menudo da la sensación de que avanzamos un paso y retrocedemos tres. En Balears, España, Europa y la sociedad occidental vivimos en una involución. Hay un repliegue por miedo, se antepone la seguridad por delante de la libertad y así emerge la extrema derecha, por ese ánimo temeroso, pero no son las causas, sino los efectos de un estado de ánimo general que teme este mundo en transformación».
Y, continúa, «nadie sabe muy bien cómo responder, por eso la gente se engaña por la falsa idea de seguridad. Seguridad quiere decir autoritarismo. Por eso ahora Trump se está asegurando de nuevo el camino, pero no hace falta ir tan lejos. Nuestras derechas en Balears son más agresivas que nunca, contrarias a la convivencia y a los consensos, porque lo ven como una forma de reafirmación contra los miedos. Esas inseguridades tienen que ver con lo que rechazan: los inmigrantes, la inestabilidad, los colectivos que reclaman derechos... Y eso se asocia a un ataque contra el bienestar, de ahí que surjan estas derechas tan horribles que tenemos ahora, que son las peores que hemos tenido en democracia.