Cuenta el dibujante Pere Joan (Palma, 1956) que hace años compartía estudio con el también artista Antoni Socías. «Me sorprendía cómo empezaba a romper sus obras antiguas en trocitos para crear algo nuevo, como se hace con una chabola. Incluso cogía fotografías que habían salido mal y las daba por buenas. No me di cuenta de ello enseguida, pero lo he ido digiriendo con el tiempo, llevándolo a mi terreno», recuerda.
De hecho, en realidad, reconoce que ya funcionaba así, «pero ahora lo tengo racionalizado». «Trabajo con el caos y construyo ideas o relatos cogiendo cosas que me parecen inputs interesantes. Los pongo sobre la mesa y levanto una narración chabola», declara. Y esa «narración chabola» tiene su culminación en su nuevo libro, Neocaos (Disset Edició), que presentará el 3 de noviembre en Quars (Palma) junto al escritor Agustín Fernández Mallo, de quien adaptó a novela gráfica Nocilla Experience. «Me baso en cosas que han tirado o incluso en películas que sabemos que son malas, pero que nos gustan. Aquí está todo», añade.
Pere Joan, «como todo dibujante», es un voyeur. «Me gusta mirar, incluso mirar lo que no me gusta», puntualiza. «Actúo como quien va por la carretera y ve un polígono industrial, una chabola o un chalet que pretende ser de buen gusto pero resulta ser una horterada de un rico. Luego llego a mi casa y ya está, sé que algo saldrá de ahí en algún momento y de alguna forma. Neocaos creo que ha surgido de los paseos que hago en coche. Me encanta conducir, aunque es una lástima que tenga que mirar al frente. Para mí conducir es una película», razona.
En este sentido, Neocaos es un «cómic-ensayo» construido como un «falso documental» que entremezcla los «delirios» del autor con una corriente conocida como arquitectura margivagante, «entre marginal y extravagante». «En general, suele ser kitsch y fea, pero quería resaltar la parte ideológica, la peculiaridad enfrente la uniformidad urbanística», explica.
Y es que el libro reflexiona sobre los límites de la arquitectura, así como el papel del urbanismo en la actualidad. Antaño, defiende Pere Joan, las fronteras entre urbe y campo eran más claras, más fijas. Ahora, por el contrario, son difusas y cambiantes. «Sales de Palma y ya te encuentras con urbanizaciones, construcciones o polígonos industriales, está todo mezclado. La ciudad entra dentro del campo, pero el campo no penetra en la ciudad», compara. Por eso, el autor, que se disfraza de reportero, imagina gente que busca «vacíos legales» para construir viviendas, unas «casas ideológicas».
Así, paradójicamente, un «millonario dice que la gente debería llevar una vida sencilla y monta una comunidad de cabañas cuquis, pero luego tienen una lámpara de araña brutal». Eso lleva a preguntarse, pues, por la idea de revolución. «Las revoluciones están pagadas por la gente que tiene dinero», sentencia. «Es un documental sobre ideas que parte del urbanismo, pero que plantea muchas cuestiones, por ejemplo, los límites de la imaginación. Y, sobre todo, habla de la fragilidad, que siempre aparece en mis obras de alguna manera. Ni siquiera valoro si son derrotas o victorias, solamente exhibo la fragilidad creativa e imaginativa. Así, empecé a imaginar cosas y al final surgieron temas que nunca había podido tratar antes», relata.
El dibujante traza, pues, una distopía que, sin embargo, asegura que «ya tenemos muy asumida». «Somos una plaga dentro de este mundo. Somos el insecto que lo ha colonizado. Cada vez hay menos diferencias entre una ciudad asiática y Magaluf y otros lugares turísticos de Mallorca: con barullo, vendedores ambulantes y horarios interminables. Por eso, en esta historia hay personajes extremos que, ya que lo invaden todo, al menos lo hacen con ideas estrambóticas», concluye.