Este sábado a las 12 de la mañana, el escritor Antonio Tocornal presenta su novela Malasanta en la Casa del Libro (Palma) de la mano de Gabriel Bertotti. Malasanta se hizo con el premio Felipe Trigo del Ayuntamiento de Villanueva de la Serena y gracias a él su libro se edita en el sello Fundación José Manuel Lara. Es la puerta de entrada en las grandes editoriales de este escritor gaditano afincado desde hace años en Mallorca y que durante años ha ganado un sinfín de premios literarios.
-¿Qué nos puede contar de Malasanta?
—Malasanta es la historia de una mujer que no ha tenido suerte en la vida; que por sus circunstancias vitales no tiene la posibilidad de tomar decisiones. Nace en el prostíbulo en el que trabaja su madre, Dámasa la Tuerta, que ha sido abandonada por un lanzador de cuchillos porque ya no le sirve para su espectáculo al haber perdido un ojo de una cuchillada. Todo indica que su vida está determinada de antemano.
Estructuralmente, la novela está dividida en seis capítulos largos que no están numerados del uno al seis, sino 5, 15, 25, 35, 45 y 55, y se corresponden a las edades aproximadas de la protagonista en cada uno de ellos. Malasanta, mostrada en seis escenas separadas entre ellas por diez años, es una mujer diferente en cada una de ellas, y es la vida que arrastra la que la aboca a descender cada vez más en una espiral de sordidez y de soledad. En cada uno de los capítulos aparece un personaje principal que la acompaña y que sirve de excusa para desarrollar cada uno de los seis temas que se tocan.
—Se publica en la editorial Fundación José Manuel Lara, del grupo Planeta. ¿Es la puerta de entrada a las grandes editoriales?
—No tengo ni idea. Eso se escapa a mi capacidad de acción y de decisión. Las grandes editoriales buscan autores que les puedan hacer ganar dinero, y no estoy muy seguro de que mi perfil les encaje: ni soy joven, ni tengo miles de seguidores en redes, ni soy presentador de televisión, ni tertuliano, ni tampoco escribo novelas de entretenimiento. Ya se verá. No me preocupa; no está entre mis prioridades.
—El jurado quedó maravillado con su novela. Carmen Posadas la ha alabado en varias ocasiones y las primeras críticas son muy buenas. ¿Qué tiene Malasanta?
—Carmen Posadas ha sido muy generosa en sus valoraciones, que no reproduzco aquí porque me harían sonrojar, y es verdad que las pocas personas que la han leído hasta ahora, teniendo en cuenta que salió hace apenas una semana, ya han vertido algunos comentarios muy entusiastas en redes sociales. Me preguntas cuál es la razón. Podría ser que mientras se escribía, el autor no pensaba en complacer al lector. Que es una historia sincera, que no se oculta en la cobardía de la corrección política y que presenta una cara de la sociedad que está delante de nuestros ojos pero que nos negamos a ver; es una realidad fea y sórdida, pero palpable para cualquiera que sepa y que se atreva a mirar.
—Es una novela muy dura que aborda temas muy incómodos como la prostitución como esclavitud, la sexualidad de personas con discapacidades físicas y mentales, la transfobia, la soledad de los ancianos, la vulnerabilidad de los indigentes… ¿El proceso de escritura no se hizo más duro por tratar temas más complicados?
—No; me limité a darle voz a los que no la tienen porque no importan a nadie. Excepto el caso del colectivo trans, que sí ha sabido organizarse para que se les reconozcan sus derechos, en la novela se habla de otros colectivos que no están asociados y que por lo tanto no han sido capaces de hacerse oír y que son invisibles. Solo lo pude hacer cuando conseguí un distanciamiento suficiente ayudado por una voz neutra aunque atemperada por el humor y por el uso de un lenguaje con cierto lirismo muy medido. Una vez dentro de la historia, y habiendo aceptado ciertas reglas de juego, el autor no se puede permitir que los propios sentimientos le condicionen, porque caería en lo ñoño y en lo timorato, y entonces no habría salido Malasanta sino otra cosa.
—¿De dónde surge la idea de escribir sobre esos colectivos?
—Mi método de escritura es muy peculiar. No elijo un tema y comienzo a escribir sobre él. A menudo escribo pequeños textos que almaceno en carpetas y que son simples apuntes, pequeños relatos, noticias e ideas. A veces me ha pasado que revisándolos, se crea un diálogo entre dos o más textos separados entre sí por varios años pero que tienen algo en común: puede ser el ambiente o la voz, o dos tramas diferentes con un personaje que podría ser el mismo. En esos casos, a veces, aparece ante mí la posibilidad de una novela en forma de puzle. Estoy ante dos o tres piezas de un conjunto, y mi labor entonces es similar a la del arqueólogo que busca las piezas de barro cocido que faltan para completar la crátera. Cuando menos lo espero llega un momento en que el texto reclama su estátus de novela. A partir de ahí, una vez que sé que lo que tengo entre manos es una novela, ya empiezo a ver el camino más claro.
Cualquiera que lea la prensa o vea los telediarios recordará noticias de ancianos que mueren solos en sus casas y que son descubiertos al cabo de años, o de indigentes que son denigrados por grupos de jóvenes sin escrúpulos e incluso quemados con gasolina en un cajero automático mientras duermen. Malasanta nace de recopilar algunas de estas noticias y almacenarlas durante años en la memoria hasta que cuajan en un personaje y adquieren la forma de un texto.
-¿Qué busca cuando construye sus personajes?
—Que el lector los comprenda con todas sus contradicciones. Que pueda empatizar con ellos en un capítulo, odiarlo en el siguiente, y que al final quede una imagen llena de matices que haga que el lector olvide que es un personaje literario y lo vea como alguien en tres dimensiones y con todos los grises de la escala.
—Consigue meter muchísima información y remover muchos sentimientos en apenas doscientas páginas.
—Esta es mi quinta novela, y creo que la que mayor extensión tiene no llega a las 280 páginas. Cuando llego a las 200 páginas comienzo a sentirme culpable. Creo que las obras de narrativa que exceden de las 300 páginas son a menudo resultado de una actitud egocéntrica del autor. Yo no me atrevería a robarle más tiempo del necesario a un lector para contarle una historia; me parecería invasivo. Por esa razón, cuando paso de las 200 páginas, normalmente me dedico a pulir o a podar lo innecesario.
—¿Qué tiene de diferente este premio respecto a los otros que has ganado?
—La visibilidad. La distribución es muy buena ya que Planeta está detrás. No sé por cuánto tiempo, pero me da la impresión —por lo que me cuentan— de que en estos primeros días Malasanta se encuentra en todas las librerías. Me están llegando fotos de pequeñas papelerías de pueblo que tienen Malasanta en sus escaparates.
—¿Los premios le han permitido dedicarte a la literatura a jornada completa?
No solamente los premios. También hago trabajos de asesoría y de corrección de estilo para otros autores. Además no como mucho, no me interesan los coches ni los restaurantes caros, y viajo preferentemente de forma mental. Esos son hábitos baratos y muy sanos. Los premios, de momento, han sido una buena ayuda.
—Después de Malasanta, ¿qué viene ahora? ¿Qué está escribiendo?
Por fortuna, nunca me espera la angustia de una página en blanco después de cada obra publicada. Trabajo con varios proyectos al mismo tiempo —algunos desde hace más de diez años—, y además tengo cientos de libros por leer y mucho tiempo por perder, que son también otras formas de escribir y de irse escribiendo.
Cuando un escritor lee está escribiendo, porque lo está analizando todo con ojos de escritor. Un escritor no es más que un lector que se ha dado cuenta de eso; que ha leído tanto y se ha asomado tanto al borde de la lectura, que ha acabado por caerse del lado de la escritura o que ha acabado por chamuscarse con la llama de la escritura. Por eso no me creo a los escritores que no han leído; esos son impostores.