De Joan Miró siempre quedan cosas por decirse, aunque no siempre todo sea fiel. A veces se intenta hacer entrar la figura de alguien en discursos que, por mucho que se intente, no encajan. Por ello, Josep Massot (Palma, 1956), viva imagen del periodista de raza, se ha lanzado en Joan miró sota el franquisme a sacar al pintor de esa imagen de artista recluido y ensimismado en su estudio, ajeno al mundanal ruido y al ruidoso mundo que le rodeaba. En esta continuación de El nen que parlava amb els arbres, que llega hasta 1947, Massot prosigue su «ambicioso proyecto» que más que una biografía, es un «relato de todo el siglo XX». Este sábado estará en Deià hablando sobre Robert Graves y su relación con el cine o Ava Gardner.
¿Cuál es el objetivo de esta obra?
—Hacer una biografía a contracorriente de la tendencia que se implanta en la que se vampiriza al biografiado y, para comodidad del lector, se le da digerido con un punto de vista unívoco de su vida. Yo, como soy periodista, he querido dar datos para que sea el lector el que saque sus conclusiones. Es como La comedia humana de Balzac porque no es una biografía que se lea como una novela, pero tiene micronovelas en su interior y salen todos los personajes de la comedia del arte: el galerista, el pintor fracasado, el oportunista, etcétera.
¿Cuánto le debe esta continuación a su primera parte?
—En el otro libro me basé en una investigación de los años de infancia, juventud y primera madurez hasta el 47 y tiene un epílogo de 90 páginas. He reciclado ese epílogo y añado otra investigación de 500 páginas. Es la culminación de un proyecto ambicioso que es la biografía de Miró, y también el relato del siglo XX.
¿Por qué la importancia del contexto franquista?
—Los que escribimos tenemos el deber moral de transmitir el conocimiento a las demás generaciones. Yo nací en el 56, no estoy ni cerca ni lejos del franquismo como para quedar obnubilado o no haber respirado el aire de la dictadura. Además, conocí un poco a Miró. Me interesaba que el libro fuera un tomo diferente por recordar qué fue la dictadura porque se nos ha olvidado. Ahora hay gente que tergiversa una palabra tan bonita como libertad desde la extrema derecha. Ninguna justificación dada por ningún revisionismo puede justificar la guerra o la dictadura.
¿A qué cree que se debe esto?
—A que no se hizo ninguna purga. Una de las cosas que más me han sorprendido de la investigación es la cantidad de nazis que en el 45 se trasladaron a España y fueron los que promovieron el arte aquí. Esto no se investiga y cuando ves los nombres de las empresas alemanas españolizados se entiende por qué.
El libro ofrece un Miró distinto al artista aislado en su estudio.
—Es cierto que Miró hablaba poco y era introvertido, pero esto no quiere decir que fuera un ermitaño que viviera ajeno a la realidad. Está documentado en sus archivos que estaba muy atento a todo lo que pasaba en su presente, como el fusilamiento de Companys, el mayo del 68, los asesinatos de Carrero Blanco y Puig Antich, incluso los viajes espaciales. Lo que pasa es que lo transfiguraba, asumía y metamorfoseaba artísticamente.
¿Se pueden no juzgar hechos como el pasado falangista de Antoni Tàpies o la paliza de Chillida a unos catalanistas?
—Como digo, busco un lector exigente que no se deje manipular por discursos impuestos desde fuera. Lo primero que pido es que se ponga en el lugar del personaje. No puedes juzgar a alguien sin saber si los rojos han matado a su padre o si está en peligro su vida, la de su familia o el pan. Pero sí puedes contarlo con datos.
Pero, ¿se puede hablar de un lado bueno de la historia?
—Me pides que haga lo que te he dicho que no hay que hacer, pero te contesto: esa frontera está en el que está en contra de los derechos humanos.
Algunos artistas se beneficiaron del régimen, pero Miró aparece firme frente a él.
—Con sus contradicciones, como todos. No es un héroe, pero se demuestra la fragilidad de
la obra de arte frente a la manipulación de los poderes políticos o económicos. Miró no se dejó manipular por ninguna ideología, pero sí decía que un arte político hace mal arte y mala política.
También se rescata la figura de Pilar Juncosa como algo más que una simple ama de casa.
—Sí. Parece que solo hacía labores domésticas y eso es de una injusticia misógina. Sin llegar a tener un debate intelectual, sí que le ayudaba a montar exposiciones, escogía obras y era el equilibrio ante los cambios abismales de ánimo que Miró tenía.
Tras este libro, ¿quedarán cosas que decir sobre Miró?
—Claro. Siempre hay cosas nuevas y todas enriquecen a Miró. Es un work in progress continuo.