Julio Lamaña (Barcelona, 1966) es un amante y experto en cine desde todas sus vertientes. Es cineclubista, gestor cultural, profesor de historia del cine y, desde 2015, también realizador. Lamaña, que vive y trabaja en Bogotá (Colombia), presentará la proyección de Noche de vino tinto, de José María Nunes, este sábado, a las 18.00 horas, en el Conservatori de Manacor. Después del visionado, Lamaña protagonizará un coloquio con el público sobre este filme de Nunes, a quien conoció personalmente. El acto está organizado por 39 Escalons, que quiere celebrar así el Premi José María Nunes que recibió la entidad por el taller que organizó con Oliver Laxe, director de Lo que arde, por parte de la Federació Catalana de Cineclubs.
¿De dónde viene su pasión por el cine?
— Supongo que de la cantidad de películas de serie B que veía en el cine con mi madre. Daba igual lo que pusieran, lo veíamos. Así empecé como espectador pasivo, pero cuando entré a estudiar Historia en la Universitat Autònoma de Barcelona y a encargarme del cineclub ya pasé a ser más activo, escogía las películas que me gustaban, y también empecé a ser profesor de cine y crítico cinematográfico. En 2015 que pensé que lo único que me faltaba era hacer películas. He hecho cinco cortos y ahora estoy terminando mi primer largometraje junto a Ricardo Perea.
¿Conoció personalmente a Nunes?
— Sí, fue en la época de estudiante, cuando le invitamos al cineclub. A partir de ahí, luego me convertí como en su escudero y le llevaba en coche, pues él no tenía carnet, por toda Catalunya y València, también Andorra, invitados por pequeños ayuntamientos.
Nunes perteneció a la Escola de Barcelona.
— Sí, aunque en primer lugar creo que a Nunes se le tiene que entender como creador más que como director de cine al uso. Su filmografía es muy especial y formó parte de la Escola de Barcelona, que fue un movimiento de los 60 del que Noche de vino tinto es la primera o una de las primeras cintas de este grupo. La mayoría venían de la burguesía catalana, pero no Nunes, que era portugués y vivió en las barracas de Montjuïc, tenía un origen obrero. La Escola de Barcelona se distinguía porque, igual que la Nouvelle vague francesa, se preocupaban por la cuestión formal de las películas.
¿Cómo definiría el cine de Nunes?
— Era un gran entusiasta del cine. Siempre estaba haciendo cine en su mente. Cuando íbamos en coche siempre me contaba la película que tenía en la cabeza. En su cine destacan dos elementos: la cuestión del tiempo y el uso de la palabra. Respecto al primero, Nunes trabajaba el tiempo de forma poética. Decía que «todo está pasando ahora, todo está pasando siempre» y para él era importante vivir el presente porque te permite ser consciente de ti mismo y ser responsable de tus actos. En cuanto a las palabras, sus diálogos también eran muy poéticos. Le horrorizaban las conversaciones de ascensor, el hablar por hablar.
¿Le contagió ese entusiasmo?
— Sí, lo heredé de él. Era una persona muy extraña y es difícil compararlo con cualquiera que haya conocido. Le llamabas por teléfono, al fijo porque en esa época no había móviles, y te contestaba «estoy muy feliz de escuchar tu voz, qué felicidad la mía», cuando no sabía ni con quien estaba hablando. Era muy espontáneo y amoroso. Su carrera fue difícil porque hacía un cine muy independiente. Además, sus películas también se radicalizaron en el aspecto formal y era muy difícil que le programaran en los cines. Todavía hoy no es un cineasta suficientemente conocido. Por eso creo que es importante que la Federació Catalana de Cineclubs pusieran su nombre a un premio y que le rindamos este merecido homenaje. Hay muchos creadores buenísimos que caen en el olvido.
Conoció a otros grandes como Agnès Varda o José Luis Guerín.
— Sí, Varda participó junto a Guerín en un coloquio en Santa Coloma de Gramenet en 2016 y a Guerin le conozco desde hace mucho. En esa charla, Varda se mostró muy agradecida a los cineclubs franceses por proyectar sus películas cuando ningún cine lo hacía. Y es que los cineclubs son muy importantes para visibilizar a los cineastas y sus películas. Por ejemplo, 39 Escalons trajo a Oliver Laxe, uno de los grandes, y a muchos otros que después han ganado premios. Es una gran labor que también en Palma lleva a cabo CineCiutat: la de acercar el cine al público, un cine no tan comercial y que a veces cuesta más ver en las salas.
Está trabajando en su primer largometraje.
— Se titulará Ante un espejo oscuro y es un documental sobre el conflicto colombiano. Espero terminarla este año y que, el año que viene, vengamos a presentarla a Manacor.