La 31 edición de lo Premios Goya ha transcurrido en un tono «blanco roto», como el humor que ha practicado Dani Rovira, que ha reivindicado el papel de la mujer en el cine calzando unos zapatos rojos de aguja, en una noche en la que Tarde para la ira se ha llevado el Goya a la mejor película.
Un Dani Rovira que se ha unido a todos los comentarios que muchas actrices han lanzado en la alfombra roja al entrar a la gala como la madrileña Cuca Escribano, que lució un chal que llevaba bordado el mensaje «más personajes femeninos», una idea que ha subrayado Ruth Díaz, María León, Candela Peña, Carmen Machi, Bárbara Lennie.
Así como la directora Nely Requera, el vicepresidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, Mariano Barroso, y que ha apostillado la propia Ana Belén, cuando ha recogido su Goya de Honor, vestida con un elegante traje gris azulado, diseñado por el desaparecido Jesús del Pozo.
Ana Belén, una de las actrices más respetadas del cine español, con cerca de 50 películas en su haber, ha tenido un discurso emotivo y de recuerdo a todos los que le han acompañado en su trayectoria, y ha tenido al final palabras contundentes: «Salud y trabajo para esta profesión que no se merece tanto desprecio de sus gobernantes».
Rovira, simpático, ágil, tierno y dominando el escenario, se ha vestido también de Superman, pero no ha sido nada irreverente, ya que se ha andado con «pies de plomo» toda la noche, como ya dijo, no sea que luego en Twitter, como ocurrió el año pasado, le persigan con críticas muy duras e irrespetuosas.
Aunque, eso sí, ha justificado con humor su tercer año consecutivo como presentador, le ha dicho a Donal Trump que cine se escribe «con i latina», y ha tenido también alguna pullita contra los políticos, a los que ha espetado que les iba a dedicar el mismo tiempo que ellos habían dedicado al cine, esto es nada, porque pasó de inmediato a otro asunto.
Unos políticos, por cierto, todos vestidos con chaqué, como el ministro de Cultura, Iñígo Méndez de Vigo; el líder de Ciudadanos, Albert Ribera, o el de Podemos, Pablo Iglesias. Alberto Garzón, con corbata.
En contraste con el glamour de las actrices que, en su mayoría, han vestido de color blanco, al que han seguido los rojos y los negros, como el vestido de Penélope Cruz, un diseño de Versace de alta costura.
Con tanta preocupación para que no se alargara la gala, como ya señaló la presidenta de la Academia, Yvonne Blake quien deseaba que durase dos horas y media (ha durado casi tres), la Film Symphony Orchestra ha interpretado en directo diferentes temas de películas marcando los tiempos.
Pero esa presencia de la orquesta también ha dejado el escenario más pequeño y sin mucha emoción, sin coreografías y sin toques de humor, ya que solo se ha visto cantar a los actores en dos ocasiones.
Una de ellas ha sido Manuela Vellés y Andrían Lastra, de la serie de Televisión Velvet, y en otra ocasión a Dani Rovira. Aunque Silvia Pérez Cruz, que se ha llevado a el Goya 2017 a la mejor canción, sí ha subido un poco la temperatura con una canción dedicada los desahucios.
Emotivo también ha estado Daniel Gúzman, quien ha recordado que solo el 8 por ciento de los actores viven de su trabajo, una idea que ha vuelto a recalcar Emma Suárez, algo escandalizada, mientras que Juan Antonio Bayona ha reclamado la cultura como un bien necesario.
Las estatuillas que han puesto el broche final a una gala, que Dani Rovira dice que no se ha arrepentido presentar, aunque ha precisado que cerraba su cuenta de Twitter, y en la que una película de baja producción Tarde para la ira deja una buena leyenda, se puede luchar y vencer a los poderosos.