Una vez me enamoré, fue todo tan perfecto... Recuerdo el día que lo conocí como si fuera hoy. Ciertos “amigos” me lo presentaron y me pareció un poco extraño al principio, pero, poco a poco, fue transformándose en el acompañante ideal. Disfruté mucho esa noche, nos reímos, contamos nuestras penas y cómo nos gusta hacer a los demás sufrir. Fue increíble y, a partir de ese día, nunca más me separé de él.
Empezamos a vernos, poco a poco: durante los fines de semana, en los bares, discotecas, restaurantes, etc; después, algún día entre semana, en casa, o en la calle. Y así llegó un punto en el cual éramos inseparables, todos los días, a todas horas, en todos los lugares, estábamos juntos. Tenía yo 14 años y, por todo lo que me pasaba, yo acudía a él. Si estaba triste, a él le lloraba; si estaba feliz, con él reía; si me salía algo bien, con él lo celebraba; si no me salía tan bien, él me consolaba. Y así fue, por mucho tiempo. Hasta que yo me creé dependencia por él: ya no podía vivir sin él. Se convirtió en mi mejor amigo y, a la vez, mi peor enemigo. Hacía de mí lo que quería, me daba placer y me maltrataba, me alegraba y me entristecía, me hacía olvidar mis problemas y recordarlos al mismo tiempo. Me presentó a amigas suyas, Caína y Mari, quienes prometieron ayudarme, hacer que me sintiera especial, darme nuevas emociones... pero se aprovecharon de mí, se burlaron, y me robaron todo lo que yo tenía: la confianza en los demás, mi tiempo, mi dinero, todo. Encontré enemigos. Ya no era bienvenida en los lugares si estaba o había estado con ellos, no tenía familia y tampoco paz. Todo lo que yo veía era dolor, tristeza, desilusión, engaño, desesperación... Y cada vez que sentía alguno de estos sentimientos, más ganas me entraban de verle, de olerle, de estar cerca de él. Tenía la necesidad, aún sabiendo que él solo me traería más desgracia.
Cierto día, a mis 18 años, estábamos a solas. Él, con su labia, su perfume, que me atraía más y más, y solamente su presencia, me llevaba al camino de la perdición. No conseguí resistirme y, él se aprovechó y me dejó casi inconsciente. Yo no conseguía pensar y él me estresó hasta que cogí el coche y no sé bien lo que pasó: apenas algunas imágenes borrosas, luces, mi cuerpo inmóvil y estirado sobre el suelo, dolorido y con mucha gente gritando a mi alrededor. Sentí como si mi alma estuviera desprendiéndose de mi cuerpo lentamente hasta perder la consciencia. Amanecí en el hospital y había policías en mi habitación. Yo estaba nerviosa y, cuando me calmaron, me enteré de que yo había robado la vida de dos personas. Por su culpa, en aquel momento que recuperé la consciencia, en aquel preciso momento, se estaba enterrando a un padre y un hijo. Yo que, sin saberlo, fui manipulada por él desde el principio. Yo, que todos los días prometía dejarle. Yo, que me convertí en una persona repugnante y, en aquella noche, en una asesina. Asesina de sueños de una familia, de un niño de apenas seis años que iba camino a casa de su padre, contento de celebrar la victoria de un partido de fútbol... de su último partido de fútbol. Pero algo bueno también sucedió aquella noche. También asesiné a aquella persona en la que me había convertido, aquella persona en que nadie tenía esperanza.
Hoy, soy totalmente distinta: soy feliz. Conseguí reconstruir todo lo que había perdido, tengo más de lo que puedo imaginar, ya que puedo ayudar a personas que pasan por situaciones parecidas a la mía en un maravilloso centro de recuperación y, todo eso, se debe a que, aquel día, me despedí de él, fría como nunca lo había estado, como si nunca hubiéramos sido tan íntimos. Así que, con desprecio y actitudes, le dije: Adiós Alcohol
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Los premiados son:
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Una vez me enamoré
Juliana Karen Correia de Medeiros, 15 años -
Billete de ida y vuelta incierta
Scarfo Camila Belen, 16 años -
Del sueño a la realidad
Maria Moyá Ramón, 15 años