A la tercera va a la vencida. Cesc Gay se ha alzado como el gran vencedor de la 30 edición de los Premios Goya, que ha esquivado Mallorca, con Truman, una crónica sobre la amistad y la muerte con la que ha sumado cinco galardones, los principales: película, director, guion original, y actor protagonista y de reparto para Ricardo Darín y Javier Cámara.
Gay, una de las miradas más personales del cine español actual, ya había estado nominado en 2001 por su debut Krámpack, y de nuevo en 2004 por En la ciudad, pero se ha estrenado este año con los «cabezones» en una gala en la que reinó la emoción, mientras que la crítica estuvo comedida, pese a la presencia de los líderes de los principales partidos políticos en la sala.
«Este era para mí», dijo convencido Gay (Barcelona, 1967) al recibir el de mejor director, y a continuación recordó a sus ausentes, «la razón de ser de esta película» sobre la pérdida de seres queridos.
En el otro lado de la balanza, La novia, de Paula Ortiz, que llegaba como gran favorita con doce nominaciones, se tuvo que conformar con dos premios, el de dirección de fotografía y el de actriz de reparto para Luisa Gavasa.
Por número de galardones, a Truman le siguió la aventura polar de Isabel Coixet, Nadie quiere la noche, aunque la cinta de la catalana sumó cuatro Goyas secundarios: dirección de producción, diseño de vestuario, maquillaje y peluquería y música original para Lucas Vidal.
La emoción planeó sobre la gala cuando Natalia de Molina subió a por el Goya a mejor actriz -imponiéndose a consagradas como Juliette Binoche y Penélope Cruz- por Techo y comida, una ópera prima de Juan Miguel del Castillo que pone cara a los desahucios y mira de frente a los más afectados por la crisis económica.
«Hemos ganado todas con los personajes que hemos hecho. El cine también gana cuando se le da más espacio a las mujeres, que somos muchas», dijo De Molina, que hace dos años se llevó el Goya a mejor actriz revelación.
Después se lo dedicó a su madre y no pudo decir mucho más, porque los organizadores fueron muy estrictos con los tiempos de agradecimiento, y en esta y otras ocasiones cortaron por lo sano.
Más ración de emoción en vena cuando Miguel Herrán recibió el Goya al mejor actor revelación por A cambio de nada, entre las lágrimas del director, Daniel Guzmán, sentado en el público.
«Has conseguido que un chaval sin ilusiones descubra un mundo nuevo, quiera estudiar y trabajar y se agarre a esta vida nueva como si no hubiera otra. Me has dado una vida, Daniel», señaló Herrán.
El propio Guzmán subió a continuación, reconocido como mejor director novel. «No sabéis lo que es para mí, después de diez años de trabajo, habiendo dejado todo», dijo el actor, director y guionista, que se dejó sus ahorros e hipotecó su casa para producir su ópera prima.
Entre las dedicatorias no faltó la de su abuela, Antonia Guzmán, nominada a actriz revelación. «Gracias a ti me he levantado cuando estaba en el suelo y nadie quería mi película. Eres mi estrella abuela», dijo.
Ella en cambio no logró finalmente el premio, que fue para Irene Escolar por Un otoño sin Berlín. Escolar llegó con el tiempo justo a Madrid después de haber actuado en Zaragoza con la obra El público.
También hubo Goya para un veterano como Fernando León de Aranoa, que recogió, de manos del Nobel Mario Vargas Llosa, el de guion adaptado por Un día perfecto, protagonizada por Benicio del Toro y Tim Robbins.
Y El desconocido, de Dani de la Torre, otra de las favoritas, se llevó dos, montaje y sonido, el mismo número que «Palmeras en la nieve» (canción y dirección artística).
En la alfombra roja, los líderes políticos le robaron el protagonismo a los actores, especialmente Pablo Iglesias que sorprendió vestido con un tradicional esmoquin, mientras que Pedro Sánchez llevaba traje sin corbata.
Después, durante la ceremonia, Iglesias y el líder de Ciudadanos Albert Rivera (también de esmoquin) estuvieron sentados juntos. Por si no era suficiente, Rovira les ofreció una sala para negociar.
La galería de políticos se completó con el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, que salió bastante airoso, el dirigente IU Alberto Garzón, el presidente del Congreso Patxi López, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes y la alcaldesa Manuela Carmena -muy aplaudida en la sala-.
Curiosamente, uno de los más críticos y directos en su discurso fue el argentino Ricardo Darín: «A los señores políticos, hagan algo por la cultura, que es lo único que hay que hacer», señaló el actor.
La foto más buscada, con todo, fue la de Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler, a pesar de la presencia en el auditorio de nada menos que cuatro ganadores de un Óscar: Penélope Cruz, Tim Robbins, Juliette Binoche -los tres nominados a estos Goya, pero no premiados- y Javier Bardem.
Otro protagonista fue el director y guionista Mariano Ozores, que recibió el Goya de Honor de manos de sus sobrinas, Adriana y Emma. En su discurso, tuvo palabras de cariño para su público y sus actores, desde Fernando Rey a Alfredo Mayo o algunos presentes en el auditorio como Pilar Bardem, Andrés Pajares y Fernando Esteso.
La gala, con la que se conmemoraban los 30 años de historia de los Premios Goya, arrancó con un número musical en el que participaron Asier Etxeandía, Manuela Vellés y Manuel Banderas, entre otros y contó con imágenes intercaladas de estas tres décadas de premios.
También hubo un homenaje a Luis Buñuel, a cargo del grupo de bombos y tambores de Calanda; Joan Manuel Serrat puso la guinda musical cantando «Los fantasmas del Roxy» y no faltó la magia. «Al fin y al cabo, el cine lo inventaron magos como Georges Méliès», recordó el ilusionista Jorge Blass.