«No importa lo profesional que seas: nadie está preparado para algo así». Así se pronuncia Samuel Rodríguez Prieto, bombero y profesor del Máster Universitario en Enfermería de Urgencias y Emergencias de la Universidad Católica de Valencia (UCV), que ha realizado tareas de rescate en el epicentro del terremoto que ha costado la vida a decenas de miles de personas en Turquía y Siria.
Por parte de esta universidad valenciana, al lugar de los hechos se desplazaron un profesor y otro antiguo docente del Máster Universitario en Enfermería de Urgencias y Emergencias de la Universidad Católica de Valencia (UCV) para colaborar en las labores de rescate. El recientemente jubilado Moisés Benlloch pertenece al Grupo Especial de Localización y Rescate (GELR) de la oenegé Intervención, Ayuda y Emergencias (IAE); y el propio Samuel Rodríguez Prieto, también miembro de IAE y subjefe de la Unidad de Rescate en Emergencias y Catástrofes (UREC) del Consorcio de Bomberos de Valencia, tuvo que interrumpir el módulo que imparte en el Máster de la UCV para viajar a Turquía.
Esta ha sido la primera experiencia de campo tras un terremoto que ha vivido Rodríguez Prieto, que tan solo contaba en su currículum profesional con un derrumbe de grandes proporciones en Peñíscola, donde un edificio cayó prácticamente completo hace dos veranos. Junto a otros 14 compañeros de la UREC, voló hacia Estambul el martes 7 de febrero, para después arribar a su destino, la ciudad de Adiyaman, cercana al epicentro de los dos seísmos.
«Te preparas lo mejor que puedes para tu misión. La logística la teníamos prácticamente lista cuando vimos lo que había pasado y solicitamos a nuestros superiores actuar ante esta emergencia. Solo tuvimos que preparar la comida y el agua que necesitaríamos para ser autónomos en Turquía. En relación a esto, creo que hay algo que debe cambiar en el futuro: se necesitan acuerdos de colaboración entre las líneas aéreas y los consorcios de bomberos para que los permisos burocráticos y las medidas de seguridad estén acordadas con antelación y así la ayuda llegue más rápida a los lugares donde se produzcan catástrofes como esta», subraya el profesor de la UCV.
A pesar de las imágenes que habían visto en televisión, los miembros de la UREC no eran realmente «conscientes» de lo que estaba ocurriendo allí. Tras un largo y difícil viaje desde Estambul, llegaron a Adiyaman y vieron que «entre los que habían caído y los que debían derribarse solo quedaba un 20% de edificios habitables en la ciudad. La situación, además, era »caótica« pues a esta localidad no había llegado todavía ninguna ayuda; ellos eran los primeros. Toda la población estaba centrada »en intentar sacar personas vivas de los escombros", relata Rodríguez Prieto.
«Cuando llegas allí te das cuenta de que nadie está preparado para afrontar algo así, aun siendo muy profesional. Nosotros estamos acostumbrados a accidentes de tráfico, derrumbes de viviendas y otras calamidades, pero de envergadura menor. Lo que nos encontramos te desborda: un llanto general en medio de una destrucción enorme, miles de seres humanos con una desazón tremenda. Muchas personas lo único que querían era que se les acompañara un poco, saber que el mundo no les había abandonado. En esos momentos tienes que hacer un acto de obligación mental y recordarte que estás allí para ayudarles desde tu profesionalidad», recuerda.
El dolor de priorizar
Tras establecer su base en un parque central de la ciudad el miércoles 8 a primera hora, los bomberos valencianos comenzaron a trabajar sobre el terreno, con el objetivo de encontrar a alguna persona con vida bajo los escombros.
«Discriminar entre las peticiones de ayuda era lo más duro. Lo último que se pierde es la esperanza y eso éramos nosotros para esas personas. Lo único que les quedaba era creer que aún podían rescatar a sus esposos, hijos, hermanos, padres... No eran conscientes del tiempo transcurrido desde la última vez que posiblemente escucharon ese llanto, ese grito dentro de los edificios destruidos. », explica el profesor de la UCV.
La dolorosa asignación de prioridad entre las solicitudes se establecía con los pocos datos objetivos que tuviesen, como la hora de una llamada telefónica de un familiar atrapado o la estructura de un edificio, que podía indicar la posibilidad de encontrar vida debajo. En la mayoría de los casos, Rodríguez Prieto y sus compañeros utilizaban también como herramienta de discriminación a la unidad canina. En el momento en que el perro hacía un marcaje con personas vivas se ponían a trabajar a la mayor velocidad posible para realizar cuanto antes la extracción.
Durante su misión en Adiyaman, los bomberos del IAE y la UREC consiguieron sacar con vida a tres personas de esos gigantescos enjambres de hormigón, cemento, acero y hierros. Rodríguez Prieto recuerda el rescate que tuvo lugar poco antes del amanecer del jueves: «Por la noche nos llegó un aviso con una posibilidad de vida, fuimos al lugar que nos indicaron y estuvimos trabajando durante toda la noche durante seis horas hasta que finalmente pudimos extraer a dos personas. Eran un padre y su hija. Él nos dijo que su hijo también estaba ahí abajo con ellos y, aunque estaba efectivamente a su lado, descubrimos que había fallecido ya».
«Nos hubiera gustado sacar a muchísimos más. Creo que el resultado de nuestro trabajo fue tan satisfactorio como triste», añade.
El regreso a Valencia ha sido «muy duro», afirma el docente de la UCV. Cuando llegaron a la ciudad turca, sus habitantes se hallaban «tan absolutamente centrados» en el rescate de personas que no eran conscientes de la situación en que se encontraban ellos mismos: pasando un «frío enorme» con poca ropa, habiendo perdido sus casas, todas sus pertenencias, sus trabajos* «Cuando empezaron a aceptar que sus familiares sepultados bajo las ruinas habían muerto se dieron cuenta de que les tocaba pensar en dónde iban a vivir y qué iban a comer», expone.
Son muchas las escenas que quedarán para siempre grabadas en la mente de Rodríguez Prieto, desde una madre «que se quiso lanzar entre los escombros para sacar a su hijo» cuando le comunicaron que con casi toda probabilidad este había fallecido hasta la imagen diaria de niños «que posiblemente habían perdido a toda su familia» calentándose en hogueras callejeras.