La contraposición competitividad versus sostenibilidad es, en esencia, el mayor dilema al que colectivamente estas islas se enfrentan. Es nuestro rompecabezas mayúsculo, el que todos, de manera totalmente consciente o bien instintivamente, tratamos de resolver moviendo y alineando diferentes piezas. Es precisamente ese intento de encaje de factores, derivadas, componentes, causas y coeficientes lo que nos tiene socialmente entretenidos, y porqué no decirlo, un tanto desasosegados, desde hace ya más de una década. Tanto nos ocupa y preocupa que incluso el GOIB constituyó en el mes de mayo pasado la Mesa del Pacto Social y Político por la Sostenibilidad Económica, Social y Ambiental para tratar de encontrar una salida a este entuerto.
Mucho se ha hablado de las consecuencias divergentes a la hora de enfrentar ambos factores y que, de momento, impiden un fácil encaje. A modo de ejemplo: la competitividad en un destino suele promover un mayor desarrollo urbano y la maximización del uso del suelo, por su parte la sostenibilidad prioriza el equilibrio ecológico y la capacidad de carga del entorno; un destino competitivo busca incrementar la afluencia turística y los ingresos, por el contrario, la sostenibilidad fomenta modelos de crecimiento controlado para evitar, precisamente, el turismo masivo y sus impactos negativos; la competitividad suele enfocarse en resultados inmediatos (mayor número de turistas, aumento en ingresos), en cambio, la sostenibilidad se centra en la viabilidad a largo plazo, asegurando que las generaciones futuras puedan disfrutar del destino sin llegar a degradarlo; un destino competitivo puede incentivar un alto consumo de recursos (agua, energía, suelo) para atender la demanda generada, por contra, la sostenibilidad promueve la eficiencia en el uso de estos recursos para minimizar su impacto ambiental.
Tal vez quedemos estancados en el cruce de caminos totalmente divergente al que llegamos cuando contraponemos competitividad y sostenibilidad. Pero no nos quedemos ahí, veamos cuáles son los argumentos coincidentes o convergentes.
-Calidad y experiencia del visitante, uno y otro buscan garantizar una experiencia satisfactoria para los turistas. Sin calidad no puede haber el resultado de una gran experiencia, además, la sostenibilidad promueve entornos saludables y atractivos, lo que favorece la competitividad del destino.
-Diversificación de la oferta. No puede negarse que tanto la competitividad como la sostenibilidad, de manera inherente y por inercia, hacen que se desarrolle y multiplique la diversificación de productos turísticos, evitando así la dependencia de una sola actividad o nicho de mercado. Ello se ha visto claramente estas últimas décadas con la subida del turismo de alquiler vacacional o de quienes van a la búsqueda del turismo deportivo.
-Preservación de recursos naturales. Un destino competitivo no puede progresar sin tener un enfoque claramente conservador y defensor de los recursos naturales de su entorno, es decir, no puede perderse de vista el enfoque sostenible de conservación del patrimonio natural.
-Inversión en infraestructuras. La mejora en infraestructuras (no hablamos de ampliaciones de infraestructuras) tiende siempre a beneficiar tanto a la competitividad, con una mayor accesibilidad y confort, como a la sostenibilidad, con la implementación de tecnologías ecoeficientes y energías renovables.
En resumen, la competitividad en destinos maduros y la sostenibilidad pueden coincidir en la necesidad de preservar la calidad del destino y diversificar la oferta, pero divergen en la forma de gestionar el crecimiento, el uso del territorio y los recursos. La clave está en encontrar el equilibrio que permita seguir siendo atractivo y rentable sin comprometer la viabilidad a largo plazo. Llegados a este punto, ya saben, no queda más remedio que introducir distintas medidas como el control de la capacidad de carga, la redistribución espacial de visitantes, el fomento e incentivación de alojamientos y pernoctaciones sostenibles, reducción del tráfico en zonas clave, el fomento de transporte público y, también, aunque a las autoridades no les guste, mucha más inversión en infraestructuras y que las existentes sean más eficientes.