El español Rafael Nadal, número uno mundial, ganó hoy su segundo título de Wimbledon al vencer al checo Tomas Berdych, decimotercero, por 6-3, 7-5 y 6-4.
El tenista manacorense disputó en la pista Central del All England Club su cuarta final en este Grand Slam, tercero de la temporada, que resolvió en 2 horas y 13 minutos.
Dos años antes en este mismo escenario, Nadal se saltaba a la torera todo tipo de protocolo para manifestar su euforia al arrebatar a un desolado Roger Federer su preciado trofeo. Era el 2008 y el balear hacia historia para el tenis nacional.
Hoy Nadal daba un paso más. Afianzó su magisterio en el césped inglés y abortó cualquier esperanza de su oponente checo, un novato en las grandes finales.
En un torneo donde la precisión es la llave del éxito, y donde dos puntos fácilmente pueden definir a un campeón, el mejor jugador hizo hoy que lo complicado pareciera un juego de niños.
Ante un público extasiado, que entregaba sus ánimos claramente al balear -los «I Love you Rafa» ya comenzaron a sonar desde el segundo juego-, Nadal jamás dejó de exprimir un increíble abanico de recursos para frenar con contundencia los golpes planos de un Berdych impotente.
Al checo le faltó descaro, creatividad, y se quedó a las puertas aunque arrancó con algún alarde de brillantez.
El duodécimo cabeza de serie quiso plasmar en la Catedral la efectividad con la que despidió del All England Club al mismísimo Roger Federer y al serbio Novak Djokovic. Pero frente a él tenía hoy a un Nadal arrollador, un número uno que derrochó genio e ingenio.
El hombre que se ganó a pulso el papel de coprotagonista en el final de un cuento que tradicionalmente interpreta el helvético Federer suspendió hoy en golpes y erró en la auténtica batalla, la mental, crucial cuando el tipo que devuelve las bolas es Nadal. El mejor Nadal.
La primera manga fue el entrante de un menú en el que el plato estrella lo aderezaba la solidez, la destreza del zurdo de Manacor. Comenzó sirviendo el checo y tanto él como el español se estrenaron con sendos juegos en blanco para su rival.
Ahí, al comienzo, se pudo ver algún tímido atisbo de la calidad y enorme potencial que siempre se presupone a Berdych. Pero el zurdo de Manacor dispuso en esa manga de cuatro ocasiones para romper y convirtió dos puntos rotura, mientras que el decimotercero del mundo no gozó de una sola ocasión de aventajar al español.
En el séptimo juego, el número uno supo imponerse al servicio del tenista de Valasske Mezirici con un 0-40 que salvó el centroeuropeo; pero el segundo favorito no bajó el ritmo. Transformó un segundo punto de rotura para desbaratar sin piedad el saque del checo y ponerse por delante con 4-3.
La superioridad en el marcador impulsó la confianza del favorito, que asestó un juego en blanco para llegar al 5-3.
De nuevo fue el español el que volvió a disponer de una ocasión de rotura en el noveno juego, cuando Berdych, que sumó 27 golpes ganadores, sólo dos más que el balear, pudo neutralizar ese punto de rotura con la contundencia de un «ace» y colocar el marcador en 30-40.
Pero el checo, que hizo un total de 13 directos, frente a los 5 de Nadal, se arrugó cuando tenía que lanzarse y erró, a continuación, para permitir que su adversario volviera a romperle y se llevara el primer parcial por 6-3 en poco más de media hora.
Nadal iba crecido. El campeón de Roland Garros mantenía la calma, exhibía precisión y medía cada detalle mientras el duodécimo cabeza de serie trataba de buscar nuevas salidas a ese duelo psicológico en el que prácticamente se ha doctorado el zurdo de Manacor.
Berdych arrancó la segunda manga con su primera opción de rotura en el juego inicial, donde el mallorquín, quien hizo un gesto de advertencia hacia los fotógrafos para pedir silencio, se trabó, se atascó y concedió en total tres bolas de rotura.
El decimotercero del ránking mundial, un hombre al que se le reprochan sus momentos de duda, de vértigo en instantes decisivos, se quedó inactivo ante sus oportunidades. Nadal se aferró a su saque con esfuerzo para proseguir con su encadenamiento de golpes efectivos.
En una competición en la que un minuto, una bola, inclina el marcador hacia una dirección, el mejor jugador del mundo conservó el temple. Embalado, el español desmontó otra vez el servicio de Berdych en el undécimo juego, con un 0-40 que dio el set al pentacampeón del Abierto de París, por 7-5 en 54 minutos.
Tres sets bastaron para dibujar al nuevo campeón. En ese parcial definitivo, el tenista checo dejó pasar otro punto de rotura, el último que le dio el español en esa manga, en el segundo juego (con 30-40) al estrellar una pelota contra la red.
Ya no hubo más momentos para Berdych, un hombre que no incurrió en ninguna doble falta y que cometió 17 errores no forzados en esta final, sólo 4 menos que Nadal.
Con un tenis soberbio, el balear corroboró con su derecha y resto, con una abrumadora agresividad, su aplastante autoridad para llevarse el parcial y el partido, y demostrar, otra vez, que esta superficie no guarda ya ningún secreto para su raqueta.
Aún no recuperado del esfuerzo, de la emoción, sus primeras palabras reflejaban su alegría: «Tras un año difícil, jugar una cuarta final y tener el trofeo ahora en las manos es más que un sueño», dijo.