La elaboración de este especial me ha permitido adentrarme en el túnel del tiempo. Desde la humildad de Miquel Contestí, recordando con lágrimas en los ojos aquella primera final entre su Mallorqueta (David) y el todopoderoso Atlético (Goliat), hasta la calma de un ejecutivo como Alfonso Díaz y de un empresario como Andy Kohlberg. Entre medias, dos entrenadores que lideraron con maestría las finales del 91 y de 2003. Serra Ferrer aupó desde los campos de tierra a una Quinta del Cide que, de la noche a la mañana, se plantó en el Santiago Bernabéu para medirse a los Futre, Schuster y compañía y a los 70.000 rojiblancos que estaban en las gradas. Los Marcos, Del Campo, Chichi Soler o Vidal se encontraron de repente con una final inesperada que sirvió para situar a Mallorca en el mapa del fútbol nacional.
Una docena de años después, en 2003, el club balear culminó su década prodigiosa (dos veces en tercera posición en la Liga, final de la Recopa de Europa, Supercopa de España, participación en Champions League, épica final en Mestalla...) con la conquista de la Copa del Rey. La Copa de Etoo. La Copa de Manzano. El título que elevó a la entidad a la cumbre y que, como dice el técnico de Bailén en este especial, sirvió para quitar la espina de aquellos dos intentos frustrados.
El Real Mallorca actual funciona como una multinacional norteamericana. Nada que ver con aquel club que dirigía Miquel Contestí, con un par de empleados y problemas para pagar la luz. Con 33 años de diferencia, toda una generación, ambos proyectos alcanzaron la gloria de disputar una final. En el 91 apenas tres mil privilegiados dibujaron una diminuta mancha roja en uno de los fondos del Bernabéu. Este sábado, medio estadio de La Cartuja se teñirá de rojo con 20.698 aficionados. 20.698 ilusiones. 20.698 historias. La final, que se vive desde hace un mes, ha servido para demostrar que el seguidor en general y el hincha bermellón en particular es capaz de todo para animar a su equipo. Aficionados capaces de cruzar medio mundo, de meterse 16.000 kilómetros y de estar 32 horas viajando, para cumplir con una promesa que le hizo a su hijo. O de salir desde Estocolmo hasta Málaga para llegar como sea al destino final... Combinaciones rocambolescas con el único objetivo de ser uno de los 20.698 aficionados que estarán alentando desde las gradas para que el Mallorca conquiste la segunda Copa del Rey de su historia
La final de La Cartuja también supone el momento cumbre de toda una generación. De una facción notable de la hinchada que vivió la gesta de Elche desde la cuna o gateando y que ahora, con la vitalidad y la fuerza que te dan los 20 años, no dudan en meterse ocho horas en barco y otras ocho por carretera para estar en Sevilla... y después volver y contarlo. Seguro que la historia de Sevilla pasará de generación en generación. Será su Bernabéu. Su Mestalla. Su Elche...
La caída a los infiernos, aquel partido en Peralada, supuso el inicio del Renacimiento. Del resurgir de un grupo que de la mano de Aguirre y apelando más al manual de resistencia que al de la exquisitez, se ha plantado en la final de la Copa del Rey. El Athletic Club, tras cuarenta años de espera y seis finales perdidas, ya prepara los fastos y la Gabarra. El Mallorca, como en los tiempos de Miquel Contestí, apuesta por la cautela y la humildad... Lo de vender la piel del oso antes de cazarlo no parece la mejor arma para retar a este grupo de inconscientes y a los 20.698 valientes que teñirán de rojo la mitad de La Cartuja.