De vuelta al tapete, otra atmósfera envuelve a la plantilla del Real Mallorca. El final del encierro, el reinicio de los entrenamientos de campo y el tacto del balón han devuelto la sonrisa a los futbolistas de Vicente Moreno tras dos meses de aislamiento, oscuridad e incertidumbre. «Pisar el césped es lo máximo», reconoce Martin Valjent, seguramente uno de los más afectados anímicamente del grupo por un confinamiento que ha pasado en soledad entre las paredes de su domicilio de Palma.
«Estoy aquí para entrenarme, para jugar al fútbol o para verme con mis compañeros, algo que durante este periodo de confinamiento no podía hacer», explica el futbolista de Dubnica nad Váhom, un pequeña ciudad eslovaca situada al noreste de Bratislava. «Ahora que podemos volver a lo que nos gusta, estoy mucho más contento y tranquilo», admite tras las dos primeras sesiones de entrenamiento en ese búnker en el que se ha convertido estos días Son Bibiloni para adaptarse a las estrictas medidas de seguridad sanitaria que establece el protocolo de regreso a la actividad exigido por LaLiga y el Consejo Superior de Deportes (CSD).
«Hay muchas precauciones, algo que nunca te esperabas que pudiera suceder», relata Valjent sobre esa nueva realidad que se ha instalado en la ciudad deportiva del Mallorca. «Te da mucha felicidad poder ver a tus compañeros y al cuerpo técnico. En definitiva, a toda esa gente que estaba a nuestro alrededor en el día a día. Aunque es verdad que es un poco raro», matiza.
Con el balón instalado otra vez entre ceja y ceja, el Mallorca y Valjent —uno de los dos únicos jugadores de campo de Primera División que no se han perdido un solo minuto de juego— van a recoger el hilo de un camino a medio recorrer: el de la permanencia entre la realeza del fútbol español: «Ahora tenemos un objetivo claro, tenemos una meta para la que prepararnos. Esto te ayuda mucho mentalmente. Veremos cómo van evolucionando las semanas y esperemos que se pueda jugar y que todo mejore cada vez más».