Hace ya tiempo que los entrenadores mallorquines se atrevieron a salir de su burbuja con una pizarra y un balón en la maleta. Siguiendo el rastro del talento que iban dejando por otros países y ligas los futbolistas isleños, un buen puñado de técnicos decidieron exportar sus conocimientos desde un banquillo foráneo, en muchas ocasiones exótico y desconocido. En esa lista de aventureros aparece el nombre de Roberto Cuesta (Palma, 1980). Xisco Muñoz confió en él para acompañarle a Georgia y desde entonces ha disfrutado de su profesión en tres países distintos. Además de ser el segundo del exfutbolista manacorí en el Dinamo de Tbilisi georgiano y en el Watford inglés, donde convivieron con la pandemia mientras gestaban títulos o un ascenso a la Premier League, también ha conocido las particularidades del fútbol croata como segundo de otro exjugador, el uruguayo Gonzalo García, en el NK Istra 1961. Un club vinculado al Alavés que ha terminado el curso como una de las revelaciones del campeonato, a solo tres puntos de Europa.
Cuesta acaba de bajar la persiana del fútbol croata con una sonrisa dibujada en el rostro. Ha pasado allí las dos últimas campañas y aunque existía un compromiso contractual para continuar una tercera, el cuerpo técnico ha pactado una salida amistosa después de un ejercicio en el que el Istra, acostumbrado a pelear hasta el último momento por la permanencia, ha subido de nivel. Hace un año ya se salvó con cinco jornadas de antelación y en 2023 ha coqueteado con la Conference League al alcanzar su mejor posición y batir su propio récord de puntos. Solo le han superado en la clasificación los cuatro principales equipos del país: Dinamo Zagreb, Hajduk Split, Osijek y Rijeka. Una experiencia gratificante que termina en su punto más alto. Y a la que espera darle continuidad la temporada que viene en cualquier otro punto del atlas, porque la idea es seguir clavando chinchetas en el mapa. «Mi deseo es seguir trabajando el extranjero, siempre en proyectos deportivamete atractivos, que al final es lo importante», afirma el mallorquín acerca de sus planes a corto plazo. «Supone un crecimiento deportivo y personal y si tu situación familiar te lo permite, resulta muy enriquecedor». Todavía no se ve fuera de Europa, pero tanto a él como al cuerpo técnico del que forma parte les seduce el planteamiento de entrenar en lugares como Israel o Grecia. O Inglaterra, donde se vive el «fútbol más natural» y donde Roberto ya ha tenido el gusto de trabajar. Aunque admite que ahora mismo se trata de un objetivo complejo.
La última parada del camino llevó a Roberto Cuesta hasta Pula, una pequeña ciudad turística del norte de Croacia, pero el viaje empezó tres años atrás en Tiflis, la capital de Georgia. Solo fueron unos meses en los que además el covid azotó al mundo y las restricciones minimizaban los contactos, aunque un excelente punto de partida al fin y al cabo gracias a la confianza de Xisco Muñoz. De su mano llegó después al Watford, al que condujeron a la máxima categoría. «Fue el entrenador que me dio la oportunidad de entrar en el mundo profesional», recuerda Cuesta. «Sabe motivar a los jugadores y domina muy bien la gestión del vestuario. Cuando llegamos al Watford no era nada sencillo manejar aquella caseta con gente que llevaba tanto tiempo en el club. Pero él supo darle a cada uno la importancia que requería», explica sobre la forma de trabajar de Muñoz, con el que ya no pudo estar en el Huesca. «El día a día lo lleva genial. Saber en todo momento qué necesita el jugador, cómo llegarle», cuenta.
La pandemia también condicionó la estancia de Cuesta en Inglaterra —«unas semanas antes habían cerrado todos los estadios y no se pudo sentir cómo se vive el fútbol allí, que es diferente a todo el mundo», recuerda—, pero una vez superado ese plazo de oscuridad encontró en el Istra y en el staff técnico de Gonzalo García otro lugar perfecto para seguir desarrollándose como entrenador profesional. «De Gonzalo destacaría la capacidad que tiene para transmitir su idea y que el jugador la entienda rápido. Es amante del juego de posición, de tratar bien el balón. La da la oportunidad al jugador de sentirse valorado con la pelota», relata.
En Croacia, a Cuesta no le ha faltado nada. Podía mantener sin demasiados problemas el contacto con la familia y vivía en un entorno que le resultaba muy próximo. «Estaba en una zona muy tranquila, que durante cuatro meses al año vive del turismo y que el resto del año es muy acogedora. Y tanto la comida como el ambiente de la propia ciudad son muy mediterráneos. Me he sentido como en casa. Lo más complicado de todo era el idioma, que es muy complejo. Pero no teníamos ningún tipo de problema para entendernos en inglés que allí, como el italiano, se habla mucho. El cuerpo técnico era en su mayoría español y muchos trabajadores del club también», apunta. Y tiene una explicación. El 85% del Istra pertenece desde 2018 al Baskonia-Alavés Group de José Antonio Querejeta. De Croacia, aparte de su elevada calidad de vida, Cuesta también ensalza la futbolística. «Viven el fútbol con mucha pasión y son muy nobles. Y si fuera ojeador de algún club grande me fijaría mucho en lo que pasa allí y en su cantera. Es alucinante», advierte.
Cuesta ya forma parte de ese creciente pelotón de entrenadores y auxiliares que triunfan por todo el mundo tras salir de Mallorca. Como Carlos Vicens, integrado en cuerpo técnico del Manchester City. Como su primo Carlos Cuesta, estrecho colaborador de Mikel Arteta en el Arsenal. Como Albert Riera, que firmó un doblete con el Olimpija Ljubljana de Eslovenia. O incluso Jaume Mut, que tras toda una vida en los campos de la isla acaba de transitar por la Eredivisie con el Fortuna Sittard de Julio Velázquez. El fútbol mallorquín se ha quitado las cadenas.