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La terrible agonía en Mallorca de Ana Niculai a manos de 'El enano', La 'reencarnación del mal'

Alejandro de Abarca, un preso fugado, secuestró y quemó en un coche a una joven rumana tras someterla a un terrible calvario durante trece horas

Alejandro de Abarca, tras ser detenido por la Guardia Civil.

| Palma | |

'El enano' era la «reencarnación del mal». Alejandro de Abarca Barnet apenas medía 1,45 centímetros de estatura, pero ejercitaba compulsivamente sus músculos para ganar corpulencia. Y poder defenderse en la cárcel y en la calle de los abusos que sufría por su condición física. Su carácter, con todo, era explosivo: se había curtido en los ambientes más hostiles «y sabía golpear dónde más dolía», recuerdan los que convivieron con él. El 19 de julio de 2010 secuestró a una joven llamada Ana Niculai y la sometió a un terrible suplicio hasta que, enloquecido para no dejar huellas, quemó el coche donde la tenía presa, en el maletero, y huyó.

Fue un crimen que conmocionó Mallorca y que desembocó en una de las búsquedas más intensas que se recuerdan. Alejandro de Abarca entraba y salía de la cárcel como si fuera su casa. Era un violento ladrón, con múltiples antecedentes, y nunca despreciaba una buena pelea. En una de sus salidas durante el tercer grado, cuando estaba preso en el CIS, visitó por casualidad la cafetería que regentaba Ana Niculai en la barriada palmesana de sa Gerreria, cerca de los juzgados. Quedó fascinado por la belleza de la joven rumana, que era una persona encantadora y una trabajadora infatigable. Tenía 25 años y llegó a la Isla con sus once hermanos, en busca de un futuro mejor. Empezó trabajando en un conocido restaurante de s'Arenal, donde se enamoró del cocinero. Luego, abrió el bar de la calle Socors junto a una amiga. Cuentan que a Ana, ese día que apareció por el local Abarca, no le gustó la actitud del cliente, pero en cuanto aquél se marchó no le dio mayor importancia.

'El enano', en cambio, quedó obsesionado con ella. Un fin de semana de permiso no regresó al centro de reinserción y el lunes 19 de julio, a primera hora de la mañana, se agazapó en un garaje de la calle Jeroni Pou, donde sabía que Ana Niculai aparcaba su coche. En aquella ocasión, la joven llegó con el Audi A4 de color oscuro de su pareja, porque el suyo estaba en el taller. Una cámara de seguridad recogió ese momento. El delincuente se abalanzó sobre ella y la golpeó, para luego meterla en el coche y secuestrarla. La misma cámara recogió el momento en el que el vehículo salía del aparcamiento: ya no conducía Ana. El que iba al volante era 'El enano'.

La ausencia de la joven en su trabajo disparó todas las alarmas. Era una persona extremadamente responsable, y nunca dejaría de abrir su bar sin un buen motivo. Tampoco había rastro de su coche. Sus allegados denunciaron su desaparición y la Guardia Civil revisó las cámaras de seguridad, que desvelaron que había sido raptada por el presidiario fugado. Poco después empezaría una búsqueda contrarreloj para encontrar con vida a la inmigrante rumana. De abarca se sabía que tenía un historial delictivo kilométrico, pero lo que más preocupaba a los investigadores es que poseía antecedentes por agresiones sexuales. En el Norte de la Isla era muy conocido entre los policías y guardias civiles.

Ana Niculai tenía 25 años y había llegado con su familia desde Rumanía.

Abarca no tenía carnet de conducir y apenas llegaba a los mandos del Audi A4, por lo que varios testigos lo vieron ese día circular de forma alocada, casi temeraria. Llegó hasta el Camí de s'Amarador, cerca de Can Picafort, donde visitó una casa medio abandonada que conocía de sus años de juventud. Compró grandes cantidades de cerveza y después bajó de nuevo a Palma, donde en Santa Maria lo detectaron circulando a lo loco. Pero nadie lo detuvo y llegó a Son Banya, donde compró heroína, y al barrio chino, donde una prostituta vio cómo en la parte trasera del vehículo había una chica aprisionada bajo una bicicleta. Cuando lo contó ya era demasiado tarde.

En una estación de servicio de Muro compró cinco euros en gasolina y volvió al Camí de s'Amarador. Los investigadores creen que había drogado con la heroína a su víctima, a la que había sometido a un terrible suplicio, y decidió borrar huellas y quemarla vida. Cuando pegó fuego al Audi, Ana Niculai estaba encerrada en el maletero. Murió asfixiada. Había estado más de trece horas maniatada y drogada en aquel automóvil. Tras encontrarse el cadáver, comenzó la cacería del preso. Un dispositivo gigantesco de agentes y medios, que no evitó que Abarca, durante su huida, intentara secuestrar a otra joven. Estaba fuera de sí y era el peligro público número uno. La foto de 'el enano', distribuida por la Guardia Civil, estaba en todas partes. El asesino iba rapado, no llegaba al metro y medio y estaba tatuado: llamaba tanto la atención que sabía que su detención era cuestión de horas.

El Audi A4 que robó 'el Enano' y que quemó con Ana Niculai encerrada en el maletero.

Sin embargo, los días iban pasando y el delincuente conseguía burlar a los investigadores. Durmió en una caseta abandonada, en la zona Norte, y también estuvo cerca de Lluc. Se movía en un Ford Fiesta de color blanco, el mismo con el que intentó raptar a su segunda víctima. Al llegar el fin de semana el círculo se acabó cerrando: el día 26 de julio Alejandro de Abarca fue descubierto en un torrente, en Selva. Iba vestido como cuando secuestró a su víctima, el día 19, a primera hora de la mañana. 'El enano' negó incluso que fuera Alejandro de Abarca. Mentía de forma compulsiva y cuando se vio acorralado ofreció una rocambolesca versión de los hechos. De camino al cuartel, cuando aún negaba ser el preso fugado, un guardia civil lo puso a prueba. Detrás de él, le llamó: «Alejandro». Y 'el enano' se giró. Había caído en la trampa.

Alejandro de Abarca sigue el juicio indiferente, ante la mirada de los desolados familiares de Ana.

En noviembre de 2013 se celebró el juicio contra el delincuente, y fue uno de los más mediáticos que se recuerdan en Palma. No se pudo probar que Alejandro de Abarca hubiera abusado sexualmente de Ana Niculai, pero el acusado fue condenado a 33,5 años de cárcel por el brutal crimen de la joven rumana. Durante todo el proceso, 'El enano' mantuvo una actitud altiva, casi desafiante. Se sentó con descaro en el banquillo e ignoró a los hermanos de la víctima, que lo observaban indignados desde los bancos del público, a su izquierda. Sólo cuando llegó el turno de la última palabra tuvo un conato de humanidad, y deslizó una frase que sonaba artificial: «Pido perdón a los familiares y mis respetos». Cuando escuchó que el jurado popular lo encontraba culpable, tampoco reaccionó. Miró con aquellos ojos fríos, indiferentes. Como si la cosa no fuera con él. La reencarnación del mal.

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