Varanasi es una ciudad distinguida en la India por su marcada visión de la vida y de la muerte. A ambas orillas del río Ganges se llevan a cabo ceremonias contrapuestas a priori, pero que guardan en su conjunto la peculiar filosofía que rige el país y que le otorga esa especial aura que asusta y encandila a partes iguales. Aquí, en la ciudad habitada más antigua del mundo, se percibe de primera mano. No me considero una persona espiritual en demasía, pero solo hace falta pasearse por las orillas del Ganges al anochecer para acabar sentada en un escalón reflexionando ante tal amalgama de sensaciones encontradas en un mismo lugar.
Tras once horas de un infernal bus nocturno desde Agra, con su consecuente cansancio físico y mental, terminamos como primer contacto con Varanasi paseando de noche frente al río y nos sentamos en uno de los más de 80 ghats -escaleras que bajan al agua- para ver la ceremonia Aarti.
El lugar está a reventar, no de turistas, como el Taj Mahal, sino de visitantes indios. Este es un lugar de peregrinación, forma parte del Sapta Puri, el conjunto de las siete localidades sagradas de la India a las que los creyentes más fervientes tratan de acudir, al menos, una vez en sus vidas. Nos da conversación un indio que se sienta a nuestro lado. Es informático, pero nos cuenta que ha dejado el trabajo porque estaba muy quemado y ha emprendido un viaje solo por su país. Al comentarle que nosotros también hemos dejado el trabajo en España, y tras apenas cinco minutos más de charla, segundos antes de que de comienzo la ceremonia, nos dice:
- Soy, por lo general, muy tímido, no suelo conectar con la gente. Con vosotros he sentido mucha confianza desde el principio. Por favor, venid, que quiero que participéis en la ofrenda. Os invito.
Así, acabamos realizando junto con los monjes, y frente al centenar de personas que allí se aglutinan, ofrendas a los dioses, arrojando flores, pasando la mano sobre el fuego y santiguándonos con agua del río. A este pequeño ritual iniciatorio le sigue la ceremonia como tal. Los movimientos, casi a modo de danza, que realizan los religiosos con las lámparas de aceite prendidas, acompañado con el sonido de las campanas, los tambores y los mantras que repite el público confecciona un momento mágico y sumamente vital, de la misma forma que la multitud de un concierto coreando al unísono un estribillo o que el aplauso feliz y lleno de esperanza de los asistentes a una boda en el momento del sí quiero. Salimos con el corazón contento, pero se nos rompe de cuajo la noche siguiente, en el mismo lugar, a pocos metros de distancia.
Cremaciones a cielo descubierto
El popular simbolismo de Varanasi viene dado en gran parte por ser el lugar de muerte predilecto para los hindúes. Morir cerca de las aguas sagradas del Ganges, según la religión, ayuda a romper el ciclo de reencarnaciones y alcanzar finalmente el Moshka, la liberación. Con este objetivo, miles de creyentes llegan a la ciudad, ya sea para pasar sus últimos días aquí, o incinerar a su familiar fallecido. Estas últimas son las famosas cremaciones de Varanasi, incineraciones al total descubierto, sin tapujo alguno.
En el Manikarnika Ghat se dispone una explanada llena de lo que en un principio pueden parecer barbacoas, y lo son, pero de personas. Cuando uno muere, las mujeres de la familia envuelven el cuerpo, lo untan con ghee (una especie de mantequilla) y lo envuelven con telas a modo de sudario, rojas para las mujeres y blancas para los hombres. Una vez preparado el fallecido, los familiares lo cargan y lo sumergen en el Ganges para bendecirlo, rodeados de personas que buscan entre la orilla joyas que se hayan caído en chapuzones anteriores.
Una vez sacado el cuerpo del río, se le coloca en una de la veintena de hogueras del ghat para prenderle fuego delante de los hombres más allegados de la familia, a los que se les prohíbe estrictamente derramar una sola lágrima, para no impedir el ascenso del fallecido al Moshkar. Precisamente por esto mismo no dejan presenciar la cremación a las mujeres, a las que consideran más sensibles y con mayor tendencia a llorar.
El cuerpo arde rápido, sin compasión. Se consumen las telas y queda al descubierto alguna pierna o el rostro, al que las llamas van consumiendo y deformando hasta perder su forma humana. Los chasquidos de los huesos al quemarse, e incluso el del cráneo al explotar, resuenan todavía más ante el silencio del pequeño grupo de familiares que, callados y a simple vista impasibles, se limitan a observar. En cuestión de minutos, lo que parecía una persona dormida ahora se asemeja más a un monstruo de barro. Es duro, muy intenso de presenciar. Impacta y pone los pelos muy de punta, también a los meros turistas espectadores que se pasean curiosos y espeluznados. Pero mientras tanto, todo continúa como si nada alrededor, del mismo modo que ocurre cuando un ser querido fallece: la vida se le paraliza a uno y sigue exactamente igual para el resto.
De Varanasi me quedo con el fascinante poder de las culturas para interpretar el mundo, algo del que uno no es consciente hasta que parte lejos de su entorno, y de cómo, precisamente por ello, en el globalizado siglo XXI, aún hoy vemos por ejemplo la muerte de formas tan opuestas. Mientras en el liberal Occidente es uno de los mayores tabúes, esquivo en conversaciones y pensamientos, aquí se la afronta de frente, sin endulzantes.
Varanasi enseña a apreciar la vida y la muerte. Yo, en lo particular, tras los especiales paseos a orillas del Ganges, he reforzado todavía más mi lema vital: Memento mori, un dicho latino:«Recuerda que vas a morir». Y no es para nada triste, sino impulsor. Tengo siempre muy presente mi limitado tiempo aquí y por ello me lleno de ilusión por aprovechar y saborear cada día, cada pequeño momento. Jugar al máximo, porque tarde o temprano, e inevitablemente, acabaremos como los de Varanasi, así que bailemos, riamos, demos abrazos y besos y disfrutemos todo lo posible de la vida que de verdad queremos, que solo hay una y tenemos que hacerla chula, cada uno a nuestra manera. Yo, por mi parte, seguiré contándoos mis peripecias por el mundo en Ultima Hora y en el Instagram de @contextoviajero