Convencer es algo más arduo que vencer a través de la simplona fuerza bruta. El arte de incitar y mover con razones a alguien a hacer algo no está al alcance de todos. Movilizar de forma literal para la acción no es la única posibilidad, y a veces alguien consigue que otras personas cambien su parecer u opinión sobre algo o alguien. Hace casi ocho siglos un sabio y atribulado mallorquín se impuso una tarea titánica e inconmensurable. Hoy conocemos de primera mano Miramar, el monasterio fundado por Ramon Llull para convencerlos a todos.
El anillo único de esta historia, siguiendo el paralelismo establecido a partir del objeto especial en las creaciones literarias del mítico J.R.R. Tolkien, es Miramar. Antes de entrar en profundidad en el proyecto del beato mallorquín caben algunas descripciones y puntualizaciones sobre este complejo, enclavado en la costa de Valldemossa, muy cerca del mar y en pleno corazón de la Serra de Tramuntana.
Según el Diccionari català-valencià-balear, Miramar corresponde a la zona costera en la parte occidental de la isla de Mallorca, un lugar famoso por haber fundado allí Ramon Llull su colegio de lenguas orientales. Orientado al noroeste y no muy alejado de Deià, se ubica entre las antiguas possessions de s'Estaca y Son Marroig, en un balcón privilegiado sobre las montañas mallorquinas, reconocidas como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Así recogía la pluma del filósofo y misionero medieval de importancia universal la prerrogativa real que dio inicio a esta historia, ochocientos años atrás.
En Jacme rey de Mallorques... ha ordenat que XIII frares menors estudien en aràbic en un monestir apellat Miramar,
Viendo semejante panorámica el nombre de Miramar le va al pelo a un rincón especial de la Tramuntana con el cual los reyes de Mallorca, tras la conquista del Rei en Jaume, tuvieron a bien contentar al insistente Ramon Llull. El estudioso palmesano llevaba tiempo obsesionado con sumar a más y más fieles al cristianismo; todos los que fuera posible. En concreto, Llull pretendía convertir en masa a las gentes del Islam del sur de la Península Ibérica y del norte de África, y sabía de buena tinta del enorme poder de convicción de la palabra. Tiempo atrás decidió que el verbo sería su espada, y con ella daría a conocer a los infieles las bondades de Cristo y las virtudes del Reino de los Cielos.
Esa era al menos la pretensión de Ramon Llull. Para llevarla a cabo necesitaría poder comunicarse correctamente con las personas de lengua árabe. Es por ello que Llull organizó un 'ejército personal' de traductores, y así poder volcar al árabe todas las enseñanzas del arte luliano. Por suerte, el sabio mallorquín tenía un método que pretendía universal e infalible. El arte luliano se encargaría pues de 'hacer ver la luz' a aquellos que hasta el momento habían vivido en la ignorancia y la oscuridad. Miramar sería de tal modo la piedra angular del gran proyecto misionero de Ramon Llull, con la cual propiciar una generalizada y sistemática conversión de los musulmanes al cristianismo a través de la razón.
De tal modo, en el año de 1276 y bajo el patrocinio del rey Jaume II, Ramon Llull fundó su escuela misional en el monasterio de Miramar, hasta entonces bajo el dominio del monasterio de la Real. El mismo año recibió el visto bueno desde Roma para esta 'operación especial' y supuestamente pacífica de la mano de Juan XXI, el pontífice lisboeta conocido por sus escritos filosóficos y científicos. Como decía el propio Llull en Blanquerna al principio de esta publicación, se instalaron en Miramar trece frailes menores franciscanos, y se dedicaron en cuerpo y alma al aprendizaje del árabe y a su traducción del arte luliano. Llull viajaba mucho, y aun así residió en Miramar tres o cuatro años, hasta 1279. Después la falta de resultados abrió una época de decadencia, y en 1295 en Miramar no quedaba nadie, un fracaso del cual se lamentó el autor en Desconhort, otra de sus conocidas y estudiadas obras.
Por las cosas de la vida, Llull no consiguió alcanzar su propósito. A pesar de todo el trabajo y empeño de los monjes de Miramar, y el suyo propio, los musulmanes peninsulares y los del norte de África siguieron siendo musulmanes. Pese a sus enseñanzas en árabe y a la supuesta infalibilidad de la norma luliana. Pero la historia de Miramar no cesa aquí, con la muerte del beato Ramon Llull. Tras extinguirse la concesión personalista el monasterio, este fue de nuevo incorporado al corpus patrimonial de la Real, y posteriormente su gestión recayó en otras órdenes religiosas.
No obstante, Miramar siguió siendo punto de encuentro obligado para las personas fascinadas con la figura de Ramon Llull y su legado. Buena muestra de ello es el hecho de que en el siglo XV se establecerían allí dos lulistas. Cuentan que con su rudimentaria imprenta publicaron el primer libro impreso de la historia de Mallorca. Corría el año 1485. Ya a finales del siglo XIX la zona cobró protagonismo nuevamente. Otro sabio adelantado a su tiempo, un tal Arxiduc Lluís Salvador d'Austria, compró los terrenos de la antigua posesión, y llevó a cabo obras que remozaron el oratorio y ensalzaron la memoria de Ramon Llull para que llegara intacta hasta hoy.