Buen exponente de la gastronomía mediterránea creativa en una tranquila urbanización del Port d’Andratx, Vent de Tramuntana ha conseguido desde hace más de tres décadas una clientela repetidora gracias a su buena cocina, elegante y cuidada, y a su particular entorno. Juega un papel fundamental su sorprendente jardín, con palmeras y olivos, que convierte almuerzos y cenas en exclusivos momentos de placer para quien se acerque a esta agradable casa burguesa donde vive la familia propietaria. Los hijos de Lucía y Miguel han tomado el relevo y mantienen con buen pulso el negocio. Sebastián y Adolfo en los fogones, con 5 cocineros y 2 reposteros, y Juanmi, en las mesas, al frente de un equipo bien dispuesto de 7 camareros y con un producto de gran calidad.
El jardín permite acoger a casi un centenar de personas, más las que se ubican en la terraza y en el agradable interior.
Carta atractiva con notables propuestas puntuales, que varían en función de la oferta del mercado y de la temporada. El día de nuestra visita, ofrecían una amplia selección de delicias de mar: ostras, zamburiñas, mejillones de roca, almejas de carril gallegas y cigalas. Resultaron excelentes nuestros entrantes: sorprendente coca de peras con foie; perfectos de punto los calamares fritos acompañados de patatas paja, ajos enteros fritos y trocitos de pimientos rojo, y delicioso el tartar de atún.
Calamares fritos con patatas paja y pimiento rojo.
Los pescados son uno de los puntos fuertes de esta casa, siempre de calidad. En la carta suelen tener habitualmente rodaballo -que preparan al estilo Orio-, y merluza a la mallorquina, pero conviene estar atento a la propuesta del día, en piezas grandes para compartir. Nosotros nos decantamos por un pargo, a la mallorquina, al que el guiso de cebolleta, tomate y el dulzor de las pasas le aportaban un toque exquisito, bien acompañados por gajos de patatas al horno. Fue el plato más caro de nuestro almuerzo (39€). El rape con pisto de calamares y pimientos verdes estaba sabroso aunque algo seco, probablemente porque se les había ido un poco la mano en el horno (36€).
Para temporada de menos calor, muy apetecibles sus platos de carne, como el lomo de cordero en costra de hierbas -un clásico de la casa-, estofado de rabo de ternera, y para los amantes de las aves, su pollo relleno de dátiles con bacon y confit de pato con salsa de naranja. Los arroces marinos y fideuás (mínimo para dos) son aquí siempre una buena opción.
Su oferta vinícola es amplia y escogida, con algunos -no demasiados- caldos mallorquines, buenos nacionales (Riberas como Carraovejas, Capellanes, Tomás Postigo, Mauro y Valbuena como estrella), unos cuantos Riojas clásicos (Allende, Roda y Artadi), algún Toro (San Román) y Priorat (Ses Terrases), y una amplia selección de buenos champagnes de alto nivel (Veuve Clicquot, Dom Perignon y Louis Roederer Cristal, en el top de su carta), con un precio que multiplican por un poco más de dos el de tienda. Bastante razonable para los estándares de la isla.
Este no es un establecimiento precisamente barato (ticket medio 70/80 euros, siempre que se controlen los vinos), pero del que se sale con la sensación de que la relación entre lo consumido, el lugar, ambiente y servicio, merecen la pena.
Muy recomendable restaurante de cuidada cocina mediterránea bien resuelta, en un enclave único, sobre todo si se puede disfrutar de algunas de las mesas del jardín. Es fácil entender el porqué de su éxito entre una clientela notablemente extranjera.
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