«Para qué has traído estos ladrillos?–preguntó Marguerite. Para hacer un hornillo, respondió Laurent...Y entonces construyó con cinco ladrillos una especie de hogar, y metió en él, pedacito a pedacito, leña seca. Después le prendió fuego, y la llama brotó enseguida. Luego los dos niños fueron buscando por los alrededores más trocitos de madera y los iban echando a la hoguera hasta que esta se mantuvo encendida. Las llamas poco a poco se fueron apagando y sólo quedaron unas pocas entre las cenizas medio ardientes. Entonces Marguerite se acercó y puso las patatas entre las brasas y cuando éstas iban volviéndose grises, Laurent soplaba con todas sus fuerzas para encender las llamas de nuevo y echaba de cuando en cuando algunos palitos secos para que las llamitas fueran dorando las patatas. Ayudándose de unas ramas fueron colocando las patatas sobre una tapia de piedra seca y una vez enfriadas, rasparon su corteza ennegrecida y se las fueron comiendo, junto con el queso fresco que habían traído. Seguidamente dieron buena cuenta de algunas manzanas que sacaban de su macuto para acabar diciendo que aquella era la mejor comida del mundo».
Este breve episodio es de una de las narraciones de Johanna Spyri, escritora suiza (1827-1901). Ha dicho la crítica que sus cuentos están llenos de una gran estima hacia los niños, junto a un tono de relativa moralidad, formando su carácter más peculiar. Con la creación de su personaje Heidi, consiguió ser una autora conocida universalmente, dentro de ese género literario. Yendo al texto y a la comida tan sencillamente improvisada, parece ser que Johanna nos afirma el agradable y curioso sabor de las patatas a la brasa. Para esto las recetas son también en extremo sencillas como la que damos a continuación.
Disponemos de un kilo de patatas que vamos tostando sobre el rescoldo para luego dejarlas enfriar y pelarlas. Ya tiernas, sólo nos queda aderezarlas con cuatro cucharadas de buen aceite de oliva, algo de perejil picado y sal. Si queremos un plato más completo, asamos las patatas con su piel, ponemos un manojito de espinacas sólo lavadas, en un puchero de barro, tapado, sin agua, y se ponen al fuego hasta que se ablanden. Las mezclamos con las patatas peladas y troceadas y aliñamos la mezcla con aceite, sal y vinagre.