Las moras de zarzal, conocidas en Mallorca como moras de batzer, esbatzer o romaguer, son frutas propias del verano. Reciben el nombre botánico de Rubus fruticosus y son consumidas por el ser humano desde tiempos muy lejanos. Así lo hacen ver sus menciones por autores clásicos como el médico Dioscórides (c. 90 d. C.) o Ateneo de Náucratis (m. 223 d. de C.). Debemos distinguirlas de las producidas por las moreras (Morus nigra) árboles probablemente originarios de Irán, pero cuyo cultivo y consumo se extendieron rápidamente entre las antiguas culturas mediterráneas egipcia, griega y romana. En los tiempos clásicos mencionados no eran muy valoradas como producto alimentario y el médico y naturalista sienés Pier Andrea Mattioli (1501-1577) al comentar el texto de Dioscórides las valoró alimentariamente como de escaso nutrimiento y difícil digestión.
Esto último le llevó a considerarlas adecuadas especialmente para hombres rústicos, a los cuales supone con organismos lo suficientemente fuertes para digerirlas, cosa que no ocurre en cambio a los que viven delicadamente. Algo de ese pensamiento debió transmitirse a las ideas que el campaneter poeta neolatino Llorenç Riber (1858-1958) reflejaba en su célebre poema bucólico titulado Porqueret de la pellissa. Está dedicado a honrar la sencilla vida rústica de los humildes porquerets que a fines del siglo XIX se veían necesitados de ganarse el sustento cotidiano apacentando las múltiples piaras de cerdos que pastaban por tierras mallorquinas. Eran el recurso que fundamentaba una parte decisiva de la reserva proteica y grasa anual de las despensas locales que podían disponer de alguna.
La vida de estos humildes trabajadores, socialmente considerados en el escalón inferior de la jerarquía laboral de las profesiones campesinas, transcurría en buena parte al aire libre, cualquiera que fuera el clima reinante. Esta circunstancia les situaba en obligadas condiciones de acceder a la inmediata disponibilidad de todas las frutas silvestres disponibles en las correspondientes temporadas. Entre ellas Riber menciona en concreto a las moras, asegurándole: seran teves sense espera… les mores de les voreres... Su promesa alude a las sabrosas y delicadas zarzamoras silvestres. Debían ser un suplemento bien apreciado a su magra y simple dieta, a menudo basada en poco más que pan e higos secos o algún producto similar.
En nuestra cocina local apenas tienen papel en las recetas conservadas. Solo parece haberse perpetuado una de licor basado en esa fruta, que se hacía en Capdepera, donde reciben el nombre de mores de romaguer. Consiste en una maceración de la fruta madura en alcohol, durante cuarenta días. Tras ellos se cuela el alcohol y se mezcla con una parte igual de agua, en cuya mezcla disolveremos azúcar en proporción de medio kilo por litro. Tampoco son muy usadas en otras cocinas, excepto a la hora de recurrir a su notable poder tintorio. Sin embargo, el color morado no es un color muy acostumbrado entre los buscados o los preferidos en nuestra alimentación actual.