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Morrofino, el paraíso del vino y la buena mesa

Se trata de un restaurante montado alrededor del vino, obra del sumiller Ángel Ruiz de Pablos

Morrofino, el paraíso del vino y la buena mesa.

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Morrofino, un restaurante y tienda de vinos ubicado en la calle Industria de Palma, enfrente de los molinos, es un local de discreto aspecto exterior, pero que inmediatamente atrapa a los visitantes con una masiva selección de botellas que inundan las paredes del establecimiento. Es un restaurante montado alrededor del vino, del buen vino. Aquí se encuentran más de 700 etiquetas diferentes de la mayoría de las zonas españolas, desde las más tradicionales a muchas de las menos conocidas, junto a un buen número de otros países. Algunas, distribuidas por el propio restaurante. Morrofino es la obra de Ángel Ruiz de Pablos, un emprendedor sumiller que había dado sus primeros pasos en Eivissa y se instaló después en Mallorca, pero los efectos de la pandemia le obligaron a replegar velas.

Afortunadamente, en 2020, volvió a la carga, y abrió este magnífico lugar, mezcla de casa de comidas, enoteca y lugar de catas y tertulias, donde los amantes del vino y la buena mesa se van a encontrar muy a gusto nada más franquear la entrada. La carta del restaurante es relativamente corta, pero suficientemente atractiva. Y, por lo que pudimos comprobar en nuestra visita –una cena de tres personas– con un muy buen cuidado en los puntos y las presentaciones. De aperitivo, nos ofrecieron unos particulares conos de mousse de queso, muy sabrosos. Hicimos nuestra elección para compartir e intentar acompañar los platos con vinos adecuados, para lo que es recomendable dejarse aconsejar por el buen criterio del propietario.

Tomamos de entrante un tataki de atún revestido de semillas, hinojo y salsa de pesto, tiernísimo y suficientemente abundante para los tres comensales (19,5€). También estaba en su punto la corvina al horno con gambas, tomates y una salsa de pesto de buena intensidad (26€). Ahí, encajó bien un Ca Ses Rosetes 2020, un giró ros de la bodega Can Verdura de Binissalem, seco y untuoso, muy buen acompañante para el pescado. Después, tomamos una picaña con salsa chimichurri y yuca, de sorprendente y agradable toque ahumado debido a la sal volcánica, con un adecuado crujiente exterior y poco hecho interior. Y una presa con jamón ibérico, tomatitos, verduras y un velo de foie sobre salsa de Marsala que permitía extraer todo el sabor de esta gran pieza del cerdo ibérico.

Aquí, los acompañantes fueron dos vinos muy interesantes. Un tinto de Ribeira Sacra, A Ponte 2020 de la bodega Guímaro, a base de las variedades autóctonas gallegas merenzao, brancellao, caíño, más mencía, algo duro inicialmente pero que adquirió toda su gran expresividad a medida que fue oxigenándose (49€ la botella). Estupendo. Y otra sorpresa, un Cruz Santa 2017 de la bodega las Suertes del Marqués, del Valle de la Orotava canario, de una variedad prefiloxérica denominada vijariego negro, de poca graduación (12,5º), olor ligeramente mineral y muy suave en el paladar. Interesante por lo inusual (40€). Una bodega en la que, como anécdota, participa el futbolista internacional canario David Silva. Y un detalle de primer nivel en esta estupenda cena: nos sirvieron los vinos en unas extraordinarias e inmensas copas Riedel 001 y 002, que convirtieron el placer de beber en una experiencia absolutamente diferente. Magnífico lugar que no deben perder quienes amen los buenos vinos y la buena mesa.

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