La semana pasada me encontré en un restaurante con una maravilla que ni sabía que existía, y otra cosa (en otro restaurante) que de su existencia sí sabía, pero luego vi que no era ninguna maravilla. Mi primer hallazgo fue la voz de Laura Fygi cantando La Mer como música de fondo en un restaurante céntrico. Es una célebre cantante holandesa multilingüe con un estilo bien arraigado en el jazz y una voz aterciopelada, a veces algo velada tirando ligeramente a ronca. Si no conoce esta voz, con un swing que no tiene nada que envidiar a las más memorables cantantes de jazz americanas, búsquela enseguida en YouTube: es inolvidable.
Mi otro descubrimiento fue igual de accidental. Durante una batida por la zona de La Lonja, vi un sitio de toda la vida: Bar Coto, de plaza de la Darassana 12. Paré para mirar la carta, vi un surtido de platos a precios más que asequibles y entré para probar suerte. El primer plato fue un acierto. Patatas hervidas con dos salsas, decía la carta, y así fue: tacos de patata con la piel, un alioli tan blanco y anodino como los que hay por todas partes, y una salsa de tomate espléndida (5,50 euros). La salsa tenía buen sabor a tomate y en el retrogusto un sutil toque picante. Cuando había comido las patatas aún sobraba mucha salsa, por lo tanto levanté el cuenco a la boca y la bebí. Era así de buenísima.
Como este bar abre a las ocho de la mañana durante el verano (sobre las 11 en invierno) la carta tiene un apartado de desayunos y de ahí escogí una tortilla francesa (4,50 euros). La pedí muy poco hecha, como se sirve en Francia. Al rato el camarero me puso delante un plato totalmente irreconocible. Le dije enseguida que este plato no era para mí, que yo había pedido una tortilla francesa. Pero me explicó que ellos, siendo un bar, tienen prohibido servir platos con huevos frescos que estén poco cocidos, y el cocinero me había hecho una tortilla con las claras. Bueno, pensé, ahora voy a probar por primera vez un plato que estaba de moda hace nada menos que 50 años. Ese tipo de tortillas era popular en California más o menos al mismo tiempo que la gente guapa bebía agua mineral Perrier en lugar de vino blanco.
Tanto con Perrier como con una tortilla de claras de huevo, la idea era tomar menos calorías y así perder algo de peso. Creo que hay maneras más sabrosas para perder unos kilos, aunque estoy agradecido al cocinero por esa oportunidad de probar ese tipo de tortillas. El cocinero, que es argentino de ascendencia italiana, luego sacó un par de ases de la manga: una tagliatelle fresca con una salsa de tomate, y otra de pesto, cada una con su cuenco de queso rallado. Dos maravillas, ambos a sólo 8,50 euros. Volveré a probar otros platos, pero la próxima vez diré que quiero que la tortilla francesa esté bien hecha.