Álvaro Salazar (Linares, Jaén 1985) entró el martes en el exclusivo club de los cocineros que han logrado en Mallorca dos estrellas Michelin tras Gerhard Schwaiger (Tristán) y Fernando P. Arellano (Zaranda).
¿Qué palabra resume la sensación al oír el nombre de Voro?
— Felicidad y un poco de desconcierto. Sabíamos que teníamos opciones porque gente relacionada con la guía y la gala nos había dicho en los últimos días que nos iban a dar la segunda, pero nunca lo sabes a ciencia cierta. Intenté estar tranquilo en todo momento para que, si al final no nos la daban, que no se notara el disgusto.
¿Se siente mejor cocinero que el martes?
— No, qué va. Me siento un cocinero que tiene más posibilidades de ser mejor y de seguir creciendo. Somos unos privilegiados de estar donde estamos, hacer lo que nos gusta y contar con el apoyo incondicional de Cap Vermell. Es posible que dentro de dos semanas sea mejor cocinero, o eso aspiro, pero no por una estrella más, sino por el trabajo hecho.
¿Va a cambiar Voro?
— La Guía Michelin nos ha reconocido nuestra forma de entender la gastronomía y la filosofía de trabajo y creo que esa es la línea que debo seguir, pero no por las estrellas, sino porque es como lo siento. Quizás haya algún cambio en los menús y en el precio, pero no creo que sean significativos. De todas formas, esta segunda estrella puede servir también para ajustar el precio porque quien conoce este mundo sabe que es difícilmente sostenible. De hecho, creo que en la alta cocina se va a producir, no solo en España, sino en todo el mundo, un aumento de los precios porque la situación está cambiando y es difícil encontrar buenos productos.
El martes estuvo muy bien arropado.
— Sí. Y tanto. Como habíamos cerrado hace poco el restaurante nos desplazamos a Valencia todo el equipo. La mayoría no pudo acceder al Palacio de las Artes, pero estaba en un hotel a 300 metros y allí siguieron la gala en una sala. La alegría fue tremenda. Somos un grupo que llevamos trabajando cinco años de sol a sol.
¿Cómo está respondiendo el público mallorquín en un restaurante tan alejado de Palma, enclavado en un hotel de lujo?
— Pues lo cierto es que muy bien. No diré que es la mitad de nuestra clientela, pero sí que supera el 30 por ciento. Y también han venido muchos clientes de Menorca y Eivissa. Lo bueno del cliente balear es que repite y además funciona muy bien el boca a boca. Estamos satisfechos de que se haya perdido ese miedo a acudir a un restaurante tan apartado.
Su cocina es de aquí y de allá.
— Sí, trabajo con productos locales, pero también de fuera. Llevo ya varios años en Mallorca, pero soy de Jaén y mis raíces están ahí. Además el mundo es muy grande y hay materias primas maravillosas.
¿Recibió alguna felicitación que le hiciera especial ilusión?
— Lo mejor fue poder hablar con compañeros como Benet (Vicens, de Béns d'Avall) o Maca (de Castro) y que te feliciten por tu trabajo. Para mí eso es más importante y me llena más que lo que me pueda decir una megaestrella.
¿Ya está pensando en lograr la tercera estrella?
— No, ni mucho menos. Cuando conseguí la primera me centré en que fuera la mejor estrella y que mereciera realmente la pena. Con la segunda el concepto será el mismo: mejorar y satisfacer al cliente.
¿Le cuesta desconectar?
— Lo que son vacaciones apenas tengo unos días en los que suelo aprovechar para viajar. Pero tengo muchos actos relacionados con el mundo de la gastronomía a los que acudo ahora que tenemos cerrado hasta marzo. Calculo que en un par de semanas volveré a los fogones.