Hace unos 20 años un eminente catedrático de Medicina inglés escribió que las manzanas son tan pobres en vitaminas y minerales que casi no valía la pena comerlas. Obviamente él no creía en aquel dicho de que «a diario una manzana es cosa sana». Pero desde entonces hemos recibido toda una avalancha de informes médicos que avalan la manzana como una fruta imprescindible para las personas que se preocupan de su buena salud. Un estudio de nutrólogos americanos demostró que las personas que consumen manzanas o zumo de manzana a diario están más delgadas, comen una dieta más sana, tienen menos posibilidades de padecer de hipertensión y son menos propensas a sufrir el síndrome metabólico, una condición que puede producir diabetes.
A pesar de esas buenas razones por comer manzanas, hay mucha gente que prefiere cualquier tipo de peras, naranjas, melocotones, nectarinas u otras frutas parecidas. Si les preguntamos su razón para rechazar la manzana, siempre dicen lo mismo: comer una manzana es mucho trabajo. Y es verdad, una manzana exige masticar mucho. Para los adultos y los mayores, a veces es un esfuerzo y para los jóvenes y los niños puede ser un aburrimiento. Pero hay una solución que nos permite comer una manzana cruda con facilidad. Se trata de cortarla en ocho gajos e ir comiéndolos uno a uno. Rápidamente los gajos desaparecen y estamos beneficiándonos de sus propiedades para la salud. Eso sí, los gajos siempre con la piel, que es donde están concentradas las vitaminas y los minerales.
Manzanas cocidas
Hay otra solución igual de buena y sencilla: comer las manzanas cocidas o al horno. Se pueden hacer al horno, en compota o en salsa. Este año he comido manzanas al horno tres veces y qué buenas fueron. Había olvidado que una manzana así es una maravilla y se hace en un santiamén. Es mejor emplear las manzanas reineta francesas o las australianas Granny Smith, que producen una pulpa suave y sin fibras. Basta sacar el centro con el utensilio especial o con un cuchillo pequeño y rellenar el hueco con frutas secas (pasas, arándanos, ciruelas, nueces o avellanas, ambas ligeramente picadas), y un buen chorro de miel líquida. Es de los postres más fáciles que hay y si lo servimos con una bola de helado del bueno, mejor todavía.
En salsa y en compota
Más elemental es hacer una compota o una salsa. Es tan sencillo que en estos tiempos de confinamiento los peques pueden hacerlo bajo supervisión parental. En su método más primitivo, basta trocear los gajos y cocerlos a fuego lento con bastante mantequilla, removiéndolos hasta que queden hechos un puré. Así tenemos una compota o una salsa básica. Para emplear el puré como postre, condimentarlo con especias cálidas como canela o vainilla, ponerlo en cuencos, espolvorear la superficie con azúcar moreno, y servir con un helado. Este puré se puede usar como salsa para carne de cerdo asada, pollo, pato u otras carnes grasientas. La salsa siempre será más interesante aderezándola con jengibre, nuez moscada o semillas de coriandro bien machacadas en el mortero.
El ‘crumble'
Y ya que tenemos ese puré de manzana, con un par de pasos más podemos hacer un crumble, el postre inglés que se ha puesto de moda en los últimos años. Frote un recipiente de horno con mantequilla y cubra la base con unos 5 cm de puré condimentado al gusto con especias molidas. También se pueden añadir pasas o frutas confitadas cortadas en trozos pequeños. Jengibre confitado picado o en almíbar aporta un sabor especialmente exquisito. Para la cobertura del crumble, en un cuenco mezcle harina (de fuerza o floja) con unos 100 gr de mantequilla hasta que se formen migas. Añada un puñado de copos de avena y azúcar moreno al gusto y cuando todo esté bien mezclado cubrir el puré con una capa de al menos 2 cm de grosor. Esparza bastantes pizcas de mantequilla sobre la superficie y meta el recipiente en un horno caliente durante media hora o hasta que la cobertura presente un aspecto dorado y crujiente.