Un poco antes de Navidad, pasé por el restaurante Sandro (calle Ramon i Cajal) para felicitar a Sandro, y encontré una actividad febril. Una empresa había encargado aquella misma mañana una comida de finger food y Sandro y su equipo estaban volando para tenerlo todo listo. Les felicité y me retiré enseguida: no me gusta molestar a los cocineros en plena faena. Lo inesperado de la visita fue que Sandro empleó el término finger food, un sustantivo inglés recién llegado que amargará la vida de los académicos españoles.
En el finger food entra todo lo que se puede comer con los dedos de una mano. Un trozo de coca es finger food , pero no una hamburguesa, que necesita las dos manos. Los pintxos vascos lo son, pero no todo el finger food son tapas, cocas o pintxos. Muchas palabras inglesas entran en otros idiomas porque son muy útiles pero sin traducción directa. Para decir finger food en español hay que emplear al menos seis palabras en lugar de dos. No es de extrañar que la gente utilice palabras inglesas. Los ingleses también tienen palabras prestadas: nadie en la Universidad de Oxford buscaría una traducción de tapas, un finger food muy popular en todo el planeta.
Hay una miríada de nombres para estos productos que se pueden comer con una mano… y con una copa en la otra. Una mano libre para sostener una copa es un requisito esencial, porque en una comida festiva como aquella que Sandro estaba preparando, el finger food se come de pie. El finger food nació en Francia en el siglo XVIII con los canapés: cuadrados de pan sin costra cubiertos de manjares como el caviar, foie gras u ostras. Desde entonces hemos llegado a conocer el smorgasbröd de Suecia y Dinamarca; los crostini, los panini y la bruschetta de Italia; los pintxos del País Vasco; los montaditos y las tostas de la Península, entre otros. Jamás hemos tenido una selección tan extensa.
Las gambas al ajillo valieron un 10.
El nuevo Gastrobar de Hotel Saratoga de Paseo Mallorca 6, últimamente estrenó una selección de finger food. Ofrecen unas tostas de altos vuelos (y precios bajos) que son una maravilla. Hay una con una jugosa loncha de solomillo de cerdo y una rodaja de queso de cabra (3,50 €), una combinación exquisita. Otra, una cuña de queso brie aderezado con mermelada de arándanos (3 €), viene con anacardos crujientes para dar un espléndido contraste de texturas. Son dos tostas muy bien pensadas. También probé las mejores gambas al ajillo de la última década (12 €). Las gambas totalmente limpias, en su punto, la carne tersa y con buen sabor a marisco, y el aceite burbujeando con un buen toque de ajo y guindilla. Valieron un 10. Cuando la camarera llegó con la sartén, dijo: «Traeré un poco de pan». Volvió con dos minipanecillos calientes que no cobraron. Desde la crisis de 2008, son pocos los que no pierden una oportunidad para cobrar un poco de pan.