Construir en Mallorca no puede ser una cuestión de estilos importados ni de tendencias pasajeras. Así lo defiende el arquitecto mallorquín Jaime Salvá, que apela a la sensibilidad como guía: «Respetar la identidad de Mallorca pasa por observar con atención su paisaje, su luz, su escala y su manera de habitar. Intentamos no imponer, sino dialogar con el entorno», señala. El objetivo es claro: que la arquitectura no se imponga, sino que se integre con naturalidad, en armonía con el territorio que la acoge.
Para lograrlo, los buenos proyectos se caracterizan por prácticas que priorizan el entorno. Se valoran especialmente aquellas propuestas que se adaptan a la topografía, evitando grandes movimientos de tierra, respetando la vegetación existente y utilizando materiales del propio lugar. Se trata de diseñar desde la escala humana, con volúmenes proporcionados y una implantación sensible.
La orientación solar también juega un papel clave: «Ubicar correctamente los espacios según su uso y orientación nos permite aprovechar mejor las vistas, la luz natural, la ventilación y el confort térmico». Esta estrategia, además de mejorar la experiencia cotidiana de quienes habitan la casa, refuerza su sostenibilidad, haciendo que la arquitectura sea no solo más eficiente, sino también más coherente con el clima y el estilo de vida mallorquín.
En este contexto, tanto promotores como arquitectos tienen una responsabilidad compartida en la protección del patrimonio intangible de la isla. Este patrimonio no reside únicamente en los edificios históricos, sino también en la forma de vivir y de relacionarse con el entorno. «Los promotores deben confiar en los arquitectos, y nosotros debemos conducir los proyectos con responsabilidad, sensibilidad y rigor», subraya la misma fuente.
La globalización y el acceso inmediato a miles de imágenes de proyectos en todo el mundo suponen un reto añadido. «Es muy fácil enamorarse de referencias que vienen de otros lugares, con soluciones pensadas para contextos muy distintos al nuestro», advierte. Por eso, el arquitecto debe actuar como traductor, capaz de interpretar esas influencias externas y adaptarlas con inteligencia al clima, la luz y las costumbres de Mallorca.
Así, se abre camino una arquitectura contemporánea que no copia, sino que escucha. Que no impone, sino que dialoga. Que no se desconecta de lo global, pero enraiza sus respuestas en lo local. Solo así, Mallorca podrá seguir creciendo sin dejar atrás su alma.
Y todo eso que explica, que está muy bien, es económicamente asumible para la gran mayoría de necesitados?