Desde muy joven, Jordi Llabrés Garau (Sóller, 1988) se ha sentido atraído por las plantas, los animales y el mundo agrario. Por este motivo estudió ingeniería técnica agrícola en la UIB y posteriormente completó su formación de postgrado en Lisboa, a través de un programa Erasmus, en el que se instruyó en zootecnia, especialmente en producción avícola y de ganado porcino, caprino y bovino. Desde poco después de su titulación, hace 13 años, trabaja en el Jardí Botànic de Sóller, como jardinero.
«Actualmente, somos tres personas las que en el Jardí Botànic de Sóller tenemos a nuestro cargo las labores de jardinería, por lo que hay mucho trabajo, ya que este jardín botánico tiene una extensión de 10.000 metros cuadrados, una superficie que se ve incrementada notablemente por las zonas de rocalla existentes», comenta Jordi.
Su interés por las plantas y la jardinería, incluso antes de encontrar este empleo, le llevó a redactar un proyecto de final de carrera consistente en la creación de un gran jardín terapéutico en los exteriores del hospital de Son Espases. Según explica «en Mallorca que yo sepa no hay ningún jardín terapéutico y este proyecto hubiera sido muy interesante, ya que hacen falta este tipo de instalaciones». En este sentido, aclara que «está demostrado que zonas ajardinadas ideadas y creadas con esta finalidad pueden influir muy positivamente en la recuperación de los pacientes o incluso proporcionar en algunos casos el ambiente relajado en las cercanías del hospital que nos ayude a una recuperación física o psicológica, a superar un estrés postraumático o hasta a afrontar una mala noticia sobre nuestra salud». Jordi está convencido que las sensaciones que nuestros sentidos perciben de las plantas, ya sean olores, colores o texturas, pueden influir no solo en nuestro estado de ánimo, sino también en nuestra salud.
Volviendo a su trabajo diario en el Jardí Botànic de Sóller comenta que «el trabajo que aquí realizamos es muy distinto al de un jardín puramente ornamental, ya que aunque en el botánico no prima la estética, debe de haber un equilibrio entre la parte visual y las condiciones naturales originales de las plantas; o sea hay que procurar que luzcan, pero que estén en las condiciones lo más parecidas posibles a las de su hábitat». Pone por ejemplo que «en el botánico no se retira en otoño la capa de hojas caídas, porque estas contribuyen a mantener unas condiciones naturales del entorno, algo que sería impensable, por ejemplo en el jardín de un hotel o espacio público». Como reto para su profesión cita el efecto sobre las plantas del jardín de las cada vez más frecuentes olas de calor debidas al cambio climático. «Con temperaturas como las del pasado verano, incluso las plantas más resistentes lo pasaron muy mal a pesar de nuestros cuidados», explica.