Su acento le delata rápido. Difiere del que uno espera al escuchar sus apellidos. Y evoca al sur, a esa encrucijada de mar y océano que es Algeciras, donde José Fresquet Mercant se embarcó por primera vez en un pesquero a los 13 años. Grumete entonces de una familia de pescadores, patró major ahora de la flota de siete faeneros del Port d'Andratx. Ya son más de dos décadas las que acumula José en el cargo, «demasiado», dice, entre presiones políticas, como «cabeza de turco» y dando la hora bien por lo menos dos veces al día como un reloj roto, comenta con sorna.
José Fresquet atiende al periodista al final de su jornada laboral. Son las seis de la tarde cuando la gente se agolpa a las puertas de la lonja andritxola y el pescador ya ha descargado las capturas del día tras salir del puerto a las cinco de la mañana. A bordo del Marjupe Primero, de madera, el más pequeño de los pesqueros que allí faenan, sus cuatro tripulantes zarpan hacia los caladeros donde echar las redes de arrastre. Entre gerrets, cabrachos, gallos y rapes se mueve la pesca en el amplio abanico que cubren gracias a la situación geográfica de Andratx.
Con el pescado asegurado, rumbo a mar adentro a por el marisco. Cigalas y gambas cotizan alto a las puertas del fin de semana.
No llegan al puerto en cambio los atunes. José Fresquet se lamenta de la estricta regulación que rodea a la especie, sobre todo debido a la extensa biomasa presente en el Mediterráneo. Tal, y tan depredadora, que pone en peligro los caladeros adonde acude a faenar. No discute la legislación el veterano pescador andritxol –«es necesaria»–, pero sí reclama más sentido común a la hora de redactarla y aplicarla. «Quien legisla no ha pisado un pesquero en su vida», critica. La misma lógica la aplica a las sanciones: «No son multas, son condenas», se queja, al tiempo que cuestiona el exceso de burocracia en torno a la pesca.
En 46 años a bordo, tras ejercer el arte en el Atlántico marroquí y gaditano, el mar de Alborán o en nuestro Mediterráneo, José Fresquet ha constatado el aumento de la contaminación, de plásticos a tóxicos invisibles que aumentan la acidez de las aguas. «Se ha castigado mucho a la mar», subraya. También ha sido testigo de los cambios en los caladeros, de la muerte de las nacras y de las disputas, ya soterradas, con otras cofradías como la palmesana.
«Los jóvenes prefieren la estabilidad y este arte no se aprende en dos días», se lamenta el patrón mayor del Port d'Andratx. Sobre el futuro prefiere no hacer cábalas: «Le pregunté a la bola de cristal y se rompió la bombilla», bromea, pero la reducción de la flota pesquera es notable y no alberga esperanzas de relevo generacional.
Los números demuestran que aproxidamadamente sólo el 30 % del pescado que se consume en Baleares se captura en nuestras aguas. El consumidor, opina José, valora el producto local, pero existe el riesgo de que, en un tiempo, falte uno de los elementos de la comparación. Por el momento, José Fresquet califica de bueno el estado de salud de la pesca andritxola. Que las redes sigan volviendo llenas.