Don Felipe de Borbón y Grecia nació en unas circunstancias muy diferentes a las de sus coetáneos herederos de los tronos europeos todavía en uso. Al acceder su padre a la Jefatura del Estado del Reino de España pudimos comprobar cómo la parafernalia que imaginábamos iba a acompañar nuestra milenaria Monarquía se había reducido a cero. Ni Palacio de Oriente, ni corte, ni fastos y, por supuesto, nada de carrozas, y eso que la colección real alberga algunas de las mejores del mundo. Creo recordar que sólo Bélgica ha prescindido de su uso para las grandes ceremonias.
Don Juan Carlos y doña Sofía usaron para su acceso los Roll Royce de Franco, y don Felipe sigue con esa costumbre. Elegante sin duda, pero he escrito muchas veces que a esta corona le faltan brillos que nos hagan soñar. No hay que llegar al punto exagerado de los ingleses, pero sí buscar un término medio que nos recuerde que este sistema de gobierno que tenemos no se improvisa, va unido a nuestra historia y con ella todas sus regalías.
Además, si los Reyes quieren minutos de telediario, y los necesitan, más vale que improvisen actos vistosos para que no todo se reduzca al vestido que luce la Reina. Valoro el trabajo de Sus Majestades y también el de Sus Altezas Reales, siempre perfectas en sus apariciones públicas porque poco más pueden hacer de momento. La magnífica educación académica de la princesa de Asturias es innegable, y suponemos que su hermana la infanta Sofía recibe conocimientos similares. Pero nos falta magia, pompa, como en las cenas de Estado que hasta los más republicanos enmudecen ante la fabulosa visión de las diademas de doña Letizia.
Más curioso es ver cómo a los embajadores que presentan sus credenciales ante el Rey se les invita a disfrutar de un boato que nadie más puede vivir en este país de contrastes. Guardia de honor y un carruaje que cruza Madrid dejando a los que lo observan con la boca abierta, pues nadie se lo espera. ¿Por qué un Rey no puede ir en carroza a su entronización o proclamación y sí puede hacer el viaje hasta el Rey el embajador recién llegado que se presenta oficialmente ante Su Majestad? Tendrá explicación. Menos mal que una tradición se mantiene, y a mí me parece de todas la más complicada.
Navegar a vela es difícil si no se está entrenado lo suficiente y aunque el Rey es un deportista, es innegable que no puede estar al cien por cien como lo están sus compañeros y adversarios regatistas. El Señor se la juega cada vez que sube a su barco para participar en la copa que lleva su nombre, y lo hace para que esta no muera. ¿Qué sería de nuestros veranos sin esa imagen de la real familia en los pantalanes del Club Náutico? Serían, pero serían diferentes. Y esa imagen vende mucho, en el mundo entero, y para el bien de todo un país que vive únicamente del turismo.