Cualquier hecho que se convierta en tradición en nuestras vidas cobra una dimensión inmensa si es recogida por los medios de masas. Se ha visto estos días con motivo de la muerte de Isabel II y la proclamación de su hijo Carlos III y la reina consorte Camila. Lo de consorte es absurdo, pues todas las esposas de monarcas lo son, incluida Letizia, que ha cumplido 50 años sin pompa ni boato. Gran error, pues de ellos, y de sus tradiciones de siglos, viven las monarquías modernas. La de Gran Bretaña es la que más cuida su pompa y la que hace sonar sus fanfarrias cada vez que una ocasión lo permite.
El mismo Carlos se ha convertido en rey usando pluma en vez de boli para firmar los documentos que le convertían en monarca de un reino inmenso que abarca países tan dispares como Canadá o Australia. Los símbolos son importantes y en la despedida de la reina más reina los hemos visto y veremos, sobre todo mañana en el funeral de Estado. Funeral grandioso donde los haya, pues hace 70 años que no se celebra uno igual. La corona reposando sobre el ataúd que guarda los restos de la gran soberana es el mayor de los símbolos. Su significado, me lo explicó un rey en el exilio, va más allá de lo que creemos y más en el caso de esta reina, que ha sido jefa de la Iglesia anglicana.
La corona simboliza la unión con Dios, o con los dioses. Es el lazo de unión visible de lo invisible y simboliza lo sagrado de quien la ostenta. Hoy ya no se es rey por la gracia de Dios, o sí, pues el cargo no se elige, viene dado por nacimiento y en el caso de Isabel II y de don Felipe por azares del destino. En Inglaterra se mantiene la tradición y los que no saben, o no quieren saber, critican los gestos de Carlos como los de un hombre sin empatía. Véase la incomodidad de una bandeja mal colocada en el momento de la firma máxima, o cómo pasa los papeles a su hijo de manera automática, cómo la pluma chorrea sobre la demudada reina Camila y hasta se le critica que descansen un día antes de la traca final.
Los septuagenarios monarcas no han parado en una semana intensísima cumpliendo con la tradición. Señores, es el rey de Inglaterra, no un lacayo. Es un hombre que recibe el peso de la corona en el momento de máxima responsabilidad, y estén seguros, para salvarse de tanto peso se apoyará en los símbolos, en la tradición que convirtió a su madre en la reina más respetada de todos los tiempos.