Nuestra querida amiga Maite Arias y Sergio San Juan, su marido, abrieron un verano más las puertas de su casa para recibir a sus amigos más queridos en una cena de verano, ya tradicional, que es el regalo que el matrimonio nos hace para devolver el cariño que recibe durante todo el año. Las cenas de verano son precisamente eso, una vuelta a las buenas formas, el devolver con cariño todo lo recibido, el juntar para que nos veamos en torno a una mesa bien dispuesta, en un jardín cuidado, junto a los que nos agradan desde hace mucho tiempo. Maite y Sergio han sido siempre perfectos anfitriones.
Les gusta tener a sus amigos en su casa, y pese a que trabajan y mucho durante todo el verano, y esa sería una excusa perfecta para no recibir, hacen todo lo contrario: trabajan mucho más para sacar tiempo de donde no lo hay para organizar una de las citas ineludibles del estío mallorquín. Este año volvimos a ver a todos los que queremos y admiramos porque son los que han conseguido ser a base de trabajo, saber estar y ganas de vivir una vida bonita. No crean que los que salen en estas crónica desde hace tantos años son personas desocupadas. Todo lo contrario, el que triunfa en sociedad suele ser el que más hace, el que más se ocupa, el que no se queja frente a la adversidad y sigue adelante con una sonrisa. Hacía calor, pero ninguno de los invitados quiso perderse la cita. Las mesas se dispusieron en el jardín, junto a la piscina.
Tras la bienvenida y el aperitivo servido en la casa, y los encuentros, nos dimos cuenta de que este año triunfa entre las damas el naranja, que es alegre y favorecedor. Hubo mucha elegancia en la noche de los Arias. Y muchas caras conocidas. Se sirvió una cena ligera coronada por un cardenal de Lloseta delicioso, al que es imposible decir no. Tras la cena, las risas y los cafés, llegó la tertulia y el momento de las anécdotas, pero eso ya es privado, y lo privado suele ser lo mejor. Qué bonita es la vida cuando uno quiere. De ahí que el poder, es querer, no lo duden. ¿O es al revés?