La víspera de Sant Antoni dejó un jueves frío y pasado pr agua en algunos momentos en Cala Bona. Frente al mar, a las puertas del apartahotel Sol y Mar, se redujo la presencia de allegados de los cuatro okupas que siguen atrincherados en algunas de sus habitaciones. Apenas una visita a mediodía para ofrecerles agua, algo de comida y carga para los móviles, toda vez que no tienen suministro ni se agua ni luz en el interior del establecimiento. A primera hora, una dotación de la Guardia Civil acompañó a la Policía Judicial, que recabó información sobre el estado de la situación dentro del recinto, que abandonó tras escuchar una versión clarificadora de los hechos.
La cara del administrador, Miquel Deyà, era un poema. Agotado, cansado, sin parar de atender llamadas en un teléfono que no para de sonar. Superado, coge el relevo del turno de Cover Control y BOC Seguridad, las empresas de seguridad que les cubre la espaldas y hace el turno de noche. Eduardo Bestard es uno de sus pocos aliados, al igual que el Ajuntament de Son Servera. Bernat Grimalt, regidor de Policía, quien más tarde se sumó a la comitiva política que encabezaron el alcalde, Jaume Servera, y el conseller de Turisme, Jaume Bauzá, también han arropado a este pequeño empresario al que cualquier gesto emociona a estas alturas. Incluso el apoyo de los vecinos, que se solidarizan con él y le animan en unas horas complicadas.
Pasan los minutos y no hay pistas del resto de la 'organización'. Aparecen los primeros operarios de la empresa gestora del Sol y Mar. Quedan bombines por cambiar en otro de los bloques y no quieren tener mucho contacto con los okupas, que pasean por el exterior, fuman y miran el móvil, su único entretenimiento. Apenas tienen comida y piden agua. Se mueren de frío, pero resisten aferrándose a un alquiler que dicen haber abonado a un presunto estafador que les dejó las llaves y desapareció sin dejar rastro.
Con la amenaza de desalojo, defienden a capa y espada la presencia de mujeres y niños. Desde la distancia, algunos vecinos intentan pasar inadvertidos. Se rebaja la tensión y la llegada de diferentes medios de comunicación les anima a dar su versión. En un primer momento, bloquean la entrada a Última Hora. En frío, la conversación se prolongó por espacio de casi una hora. Tres de ellos explican su historia, el otro, musulmán y diabético, observa desde la distancia con cautela.
Avanza la jornada y apenas hay presencia policial. La Local de Son Servera aparece para escoltar a los políticos (algunos ataviados con la indumentaria de Sant Antoni), que arropan a Deyà y se animan a conocer a los okupas. Les reciben, muestran sus habitaciones e intercambian opiniones. Antes, quien 24 horas antes grababa y fotografiaba a la prensa, daba señales de vida para avituallar a 'los cuatro de Cala Bona' y abandonar la zona con celeridad.
La visita política calmó los ánimos, pero arreciaba el frío, de nieve, y empezaba a llover. Se recuperaba la estampa habitual de Cala Bona durante el mes de enero. Apenas un par de bares (Nelson's y Sureda) abiertos y tres periodistas comiendo de menú. El otro se tomó un té. Sólo los autobuses del TIB rompían la calma tensa frente al Sol y Mar, en un emplazamiento tan idílico como mediático. Donde se ha sentado un peligroso precedente: el de la okupación de establecimientos hoteleros. Una realidad ya palpable y que ha activado las alarmas del sector.