Un turista finlandés aplastado por una gran piedra, una cámara Polaroid con unas imágenes misteriosas de dos hombres y un bañador. El crimen de Eino Mänty, un turista finlandés de 45 años, en 1967 en el barrio chino de Palma, fue un auténtico reto para los investigadores de Brigada de Investigación Criminal (BIC), la policía judicial de la época. Esta es la crónica de un homicidio sobre el que planeó, desde el principio, la sombra de un marine de la poderosa Sexta Flota Norteamericana. Sin embargo, nadie fue condenado por el crimen. ¿Quién mató a Eino?
Era un sábado 10 de junio cuando un hombre se coló en un edificio en obras de la calle Socorro. Quería orinar y, de improviso, reparó en un cadáver boca abajo, con una gran piedra sobre la espalda. El testigo, horrorizado, salió a la calle jadeando y se dirigió a la comisaría de Policía. Sin saberlo, acababa de encontrar el cadáver de Eino Mänty, de 45 años y que había llegado a Palma dos días antes.
Eino, casado y con un hijo, se alojaba en un hotel del centro de Palma, con un grupo de compañeros de trabajo con los que había viajado. Los inspectores de la BIC se desplazaron hasta el 'barrio chino' de Palma y confirmaron que alrededor del cuerpo había algunas piedras ensangrentadas, utilizadas en la brutal agresión. A unos metros, aparecieron unas llaves, unos papeles, unas gafas de sol y un pasaporte, que permitió identificar al momento al fallecido.
Sin embargo, lo más llamativo es que sobre una pila de ladrillos, perfectamente doblado, se encontró un bañador de color rojo y una camisa a rayas. Y unas curiosas fotografías de una máquina Polaroid, en la que aparecían dos hombres brindando en la terraza de un bar, presumiblemente en Mallorca. Lo más llamativo, es que ninguno de los varones de la imagen era Eino Mänty.
La autopsia, practicada dos días después, dio un vuelco: ninguno de los golpes que había recibido era mortal de necesidad. Y la espalda que le habían colocado en la espalda se la pusieron post mortem. La causa de la muerte era asfixia por estrangulamiento. El asesino se había ensañado de tal modo con el turista que sus dedos habían quedado marcados en el cuello de Eino. No se trataba, pues, de una simple pelea. Y el móvil del robo se descartaba porque al escandinavo no le habían robado el reloj.
Algo más no cuadraba en la escena del crimen. La ropa localizada por los policías estaba perfectamente doblada, como si la hubieran colocado con sumo cuidado en aquel recinto lleno de polvo, herramientas y material de obra. Los agentes, llegados a este punto, centraron las pesquisas en dos líneas de investigación: entrevistarse con los compañeros del fallecido y averiguar quiénes eran los misteriosos hombres de las fotos Polaroid.
El primer cometido fue relativamente sencillo y los investigadores reconstruyeron los pasos de Eino tras hablar con sus compañeros de trabajo, que eran empleados en una empresa de gasolineras, y con el amigo que compartía la habitación con él. Así, concluyeron que el grupo había llegado el jueves 8 de junio y al día siguiente, de noche, habían salido a cenar y algunos habían acabado en el 'barrio chino'.
Su amigo relató que Eino y él intimaron con dos prostitutas y que se separaron, cada uno por su lado, acompañados de las chicas. Luego, quedaron en encontrarse en un punto determinado, pero su compañero nunca regresó. Él pensó que seguía en compañía femenina y volvió al hotel donde se alojaba. Fue al día siguiente cuando le comunicaron la terrible noticia del asesinato.
La localización del bar donde se había tomado la misteriosa foto Polaroid fue también rápida gracias a la audacia del inspector Francisco Uroz, un mítico policía que llegó a comisario años después y que, tristemente, falleció poco después de jubilarse. «En aquella época había dos inspectores que destacaban sobre el resto: Uroz y Nicolás Sastre. Eran dos fueras de serie», recuerdan los veteranos de la Policía Nacional.
Así las cosas, tras revisar las fotos, Uroz descubrió de qué bar se trataba porque había estado allí alguna vez: era 'El Balneario', ubicado en Palmanova. Los agentes visitaron el negocio y el encargado reconoció sin género de dudas a los hombres que salían en la foto: eran marines de la Sexta Flota Americana que dos días antes del crimen habían recalado en Palma. Las piezas del puzzle, por fin, empezaban a encajar.
El cerco se fue estrechando y se comprobó que los marines ya habían embarcado con destino a la base de Rota, pero uno de ellos, que se había emborrachado, había perdido el barco y seguía en Palma. Tras entrevistarse con él identificó sin género de dudas a los dos hombres de la foto, y a quién había tomado la imagen: Mervin Russel Bates. Curiosamente, el oficial de guardia contó esa noche del crimen el marine regresó solo y ensangrentado. Supuestamente, según contó, había estado con una prostituta en el barrio chino de Palma «que tenía la menstruación».
Pero había algo más: presentaba un mordisco que, siempre de acuerdo con su versión, también se lo propinó la mujer. El oficial, con todo, reparó en un extraño detalle: ya en cubierta, Mervin arrojó su uniforme ensangrentado por la borda, en aguas del puerto de Palma. En aquel momento no le dio importancia. Ahora, con el crimen del 'barrio chino' por esclarecerse, cobraba una nueva dimensión.
El sospechoso se encontraba en Rota y agentes de Palma viajaron hasta allí para interrogarlo. Su versión de los hechos fue muy extraña y se demostró que si bien era cierto que había estado con una prostituta en el 'barrio', la sangre no era de ella. De hecho, la mujer contó que el marine le había pedido un servicio sexual «contranatura» y que ella se había negado, por lo que no consumaron el acto sexual.
Mervin, entonces, cambió de versión y sostuvo que la sangre era de Mervin. Según él, esa madrugada, cuando estaba esperando un taxi, el finlandés se le acercó y le contó que conocía un «local genial». Acto seguido le dio dinero de su país y lo condujo a una obra, donde intentó abusar de él. Mervin se resistió y cuando estaba peleándose aparecieron tres españoles que le dieron una paliza a Eino, mientras él aprovechaba para huir.
La policía no se creyó ni una palabra de aquel relato y continuó investigando a Mervin como el principal sospechoso. Pensaban que había aludido a los billetes finlandeses porque se los había robado a la víctima y al día siguiente se los había enseñado a dos marines de su barco, lo que podía constituir una prueba inculpatoria contra él.
Al final, el marino estadounidense fue trasladado a Palma para la reconstrucción de los hechos y fue acusado formalmente del crimen. El problema es que EEUU quería que el marine fuera juzgado en la base de la Rota y la policía de Palma, en Mallorca. Al final, ganaron los norteamericanos y Mervin negó las acusaciones. El jurado, tras las deliberaciones, lo declaró «no culpable». Fue un mazazo para la policía palmesana, que tenía claro que era el criminal de la calle Socorro. Mervin se libró por poco y fue destinado a la guerra de Vietnam. Murió poco después, a los 30 años. ¿El karma?