«Realmente es uno de los casos más misteriosos con el que nos hemos encontrado nunca. La tierra de tragó a Guillermo en un minuto, cuando estaba con su mujer y su hijo policía. Y nunca más se supo de él». Un veterano exjefe superior de la Policía Nacional resume de esta forma la enigmática desaparición de Guillermo Nigorra, un jubilado de 76 años que se esfumó cuando buscaba setas en Bunyola, junto a su familia. Durante días se peinó sa Comuna y nunca se halló ni rastro del anciano. ¿Qué le ocurrió a Guillermo? ¿Cómo pudo volatilizar a escasos metros de sus allegados? Esta es la crónica de una de las desapariciones más inquietantes registradas en el último siglo en la Isla.
Arnaldo Nigorra, el hijo de Guillermo, era un joven funcionario de la Jefatura Superior de Policía, en lo que entonces era la calle Ruiz de Alda (ahora Simó Ballester). Era un trabajador muy querido por su amabilidad y educación. Siempre tenía una buena palabra para todos. El 26 de octubre de 1988, Arnaldo, su madre y Guillermo, el cabeza de familia, se desplazaron en coche a sa Comuna de Bunyola, para buscar setas y disfrutar de una mañana en la naturaleza.
A las doce y media del mediodía, la familia dio por finalizada la excursión y se dirigieron al coche, que habían estacionado en las inmediaciones. Arnaldo se giró para hablar con su padre, y no lo vio. Al principio no le dio mucha importancia, pensando que estaba en las inmediaciones, pero su madre tampoco lo veía. Pasaron los minutos y la inquietud aumentó: no había ni rastro del jubilado, que tampoco respondía a los gritos de sus allegados.
¿Cómo podía haberse esfumado sin dejar rastro? El hijo acudió al cuartel de la Guardia Civil de Bunyola y contó lo sucedido. Rápidamente se montó un operativo de búsqueda, pensando que el anciano se había podido caer tras unos arbustos y haber quedado inconsciente. Sin embargo, en aquel perímetro no se halló ni rastro de él. La búsqueda se amplió y días después se sumaron voluntarios, familiares y montañeros. Pero Guillermo no aparecía. Nadie daba crédito.
El caso llegó a ser un auténtico quebradero de cabeza para los investigadores, que reconstruyeron los últimos minutos del mallorquín una y mil veces. Se llegó a la conclusión que había caído en un pozo o una grieta y que, durante la caída, había arrastrado piedras y tierra que había tapado el agujero. Sin embargo, tampoco encontró restos de movimientos extraños. Todo era muy extraño; un misterio sin parangón.
El tiempo pasó y nunca se supo nada más del jubilado. El 29 de noviembre de 1997, nueve años después de los enigmáticos acontecimientos de sa Comuna, unos excursionistas encontraron unos restos humanos en avanzado estado de descomposición, en una zona montañosa de Santa Maria, cerca de donde había desaparecido Guillermo. Todas las alarmas se dispararon y Arnaldo, su hijo, acudió al instituto anatómico forense, pero no reconoció los objetos que llevaba encima la víctima. No era Guillermo.
A día de hoy, nadie da crédito a lo que ocurrió. «Es un caso tremendo. Estaba junto a su familia y de repente se evaporó», contó otro policía compañero de Arnaldo. ¿Qué le ocurrió al jubilado mallorquín? Posiblemente nunca lo sepamos.