El 24 de junio de 2014, a primera hora de la mañana, el empresario Ángel Abad había abierto su bar de Porto Cristo. Todavía no habían llegado los primeros clientes, pero el hombre que entró en el Gorli, que era el nombre del local, ocultaba un revólver del calibre 38. Tras una breve conversación, le descerrajó dos tiros a bocajarro, que acabaron con la vida de Abad. Esta es la crónica de un crimen pasional que tuvo en vilo al pueblo durante días, hasta que la Policía Nacional detuvo al sospechoso. Arnau Matas, el condenado, siempre ha sostenido que es inocente y que le tendieron una trampa. Los investigadores concluyeron que la víctima mantenía una relación secreta con su mujer.
Ángel Abad Torres, de 61 años, recibió los dos tiros a menos de un metro de distancia y el segundo disparo fue para rematarlo. La autopsia también desveló que los dos disparos fueron mortales de necesidad: uno de alcanzó en el corazón y el pulmón, y el otro en el cerebro.
El arma utilizada en el crimen era del calibre 38 y no aparecieron los casquillos en el suelo del bar, lo que daba a entender que el asesino se los había llevado. El examen forense concluyó que el agresor estaba muy cerca de Ángel, posiblemente junto a él, detrás de la barra. Ya desde el principio estaba claro que la víctima conocía al asesino, ya que había unas tazas de café. Ese detalle fue clave, porque en una de las tazas apareció una huella de Arnau Matas, un mecánico de la zona.
El primer disparo hizo que Ángel Abad se desplomara y el segundo, a menor distancia todavía, lo remató. Los investigadores creen que el asesino se acercó a él a unos 30 centímetros y le descerrajó el segundo disparo, para asegurarse de que había sido ejecutado. Sabía que si la víctima sobrevivía lo acusaría, ya que se conocían, y se aseguró de que estaba muerto.
La secuencia, de acuerdo con la reconstrucción parcial de los hechos y con los resultados de la autopsia, no duró más de unos segundos. Todo ocurrió muy rápido y el sexagenario no tuvo ni siquiera posibilidad de defenderse. De hecho, no hubo forcejeo ni pelea. Fue ejecutado a sangre fría y a bocajarro.
Un dato que llamó poderosamente la atención a los policías fue que entre el 7 de diciembre y el 5 de enero, un desconocido había destrozado cinco veces las ruedas del coche de Ángel Abad. El Grupo de Homicidios de la Policía Nacional fue estrechando el cerco y finalmente procedió a la detención de Arnau, el mecánico sospechoso. Habían descubierto que el asesinado mantenía una relación con su mujer y, por ende, el móvil era pasional. Además, una testigo lo vio cerca del bar poco después del crimen.
El arma, un revólver Llama Scorpio, apareció oculta en un recoveco del taller, lo que acabó por hundirlo. Tras su detención ingresó en prisión, pero siempre sostuvo que era inocente. Le condenaron a 20,5 años de cárcel y en su turno de última palabra insistió en la teoría de la conspiración: "Me tendieron una trampa, alguien puso en arma en mi taller".