Hace ahora diez años, un matrimonio formado por un ruso y una ucraniana saltaron a las primeras páginas de los periódicos locales. Dimitri fue detenido por la muerte violenta de Olha, cuyo cuerpo apareció en la playa de Santa Margalida, pero sostuvo que se había tratado inicialmente de un suicidio doble pactado, debido a la agonía económica que padecían ambos. Esta es la crónica del crimen de Son Bauló, que se saldó con una condena de 19 años para el acusado y que impactó por la frialdad que demostró el procesado.
En la madrugada del 7 de marzo de 2014 Dimitri, de 29 años, y Olha Yuriyiuna Filatova, de 39, entraron por última vez en la playa de Son Bauló, a escasos metros del apartamento en el que él malvivía. La ucraniana residía en Palma, y en ocasiones se desplazaba a ese paraje para estar con su marido. Ninguno de los dos estaban en su mejor momento. El padre de la mujer había muerto hacía dos años, y ella no superaba la depresión que arrastraba desde entonces. Su cónyuge no encontraba trabajo y languidecía en aquel minúsculo y sucio apartamento, sin recursos económicos.
El varón no se hacía con los vecinos y era de un carácter introvertido. Temía que le pudieran expulsar del país, donde se encontraba en situación irregular y por ese motivo no acudía a los servicios sociales para pedir ayuda. Su pareja estaba en la misma situación. Esa madrugada, según el relato de él, ambos pactaron acabar con su sufrimiento y suicidarse en el mar, ahogándose. La noche era perfecta: había un fuerte temporal y las olas rompían con fuerza contra la arena.
Nunca sabremos en realidad qué ocurrió aquella noche aciaga, pero Dimitri 'el tímido', apodo por el que le conocían algunos vecinos, sostuvo que ambos se metieron en el agua, a merced del temporal, hasta que una gran ola los separó a los dos. La mujer lloraba y él decidió llevarla a casa, tras sacarla a la orilla. Luego, la ucraniana se desmayó. No era la primera vez que le pasaba. Sufría una patología que hacía que se desplomara en el momento más inesperado.
Luego, le golpeó con una piedra en la cabeza y la dejó inerte, sobre la arena. El cuerpo sin vida fue hallado horas después, pero había algo que no cuadraba con la confesión posterior del asesino: los forenses determinaron que el agresor, además de golpearla en la sien derecha con una piedra, la había asfixiado, tapándole la nariz y la boca.
La Policía Judicial de la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación y repartió fotografías de la ucraniana por Son Bauló y los negocios de los alrededores, por si algún vecino o comerciante la conocía. La prioridad era identificarla. Así fue como descubrieron que visitaba con frecuencia Santa Margalida, para ver a su marido, aunque residía en Palma. La detención de Dimitri no se demoró. El extranjero seguía en su casa, esperando a que fueran a por él, y demostró una sangre fría tremenda: mantuvo siempre la compostura y contó, sin alterarse, su versión de los hechos.
Los agentes y la autoridad judicial reconstruyeron la secuencia del supuesto suicidio pactado y trasladaron a Dimitri 'el tímido' hasta la playa, mientras vecinos y curiosos observaban, en la distancia, a aquel ruso inexpresivo, que nunca cruzaba una palabra con nadie, mientras señalaba a los investigadores cómo había dado muerte a su esposa.
En el cuello y los brazos presentaba cortes y heridas, y sus ropas estaban ensangrentadas. En la casa hallaron una carta de suicidio. Sin embargo, no pudo dar una versión convincente de por qué no se había suicidado él. Los agentes que entraron por primera vez en su casa, con la foto de la fallecida en la mano, le pidieron por su mujer. Él, sin inmutarse, sólo alzó la vista: "Está muerta", fue su respuesta. Sus vaqueros estaban llenos de sangre, de Olha.
La Fiscalía y la acusación popular -que ejercía la Abogacía de la comunidad autónoma de Balears- le acusaron de asesinato con agravante de parentesco y pidieron que fuera condenado a 20 años de prisión. La defensa negó que asfixiara a su mujer y argumentó que murió por un paro cardíaco por el frío y el estrés, o al tragar agua y arena durante las maniobras de arrastre, cuando Dimitri la sacó del mar durante más de 80 metros. Pedía la absolución del acusado o bien una pena de 2 años por un homicidio imprudente con la atenuante de arrebato por obcecación.
Dos años después, en el verano de 2016, se celebró el juicio con jurado popular contra el ruso. Después de que fuera declarado culpable del asesinato el 1 de julio por unanimidad, la presidenta del tribunal, la magistrada Mónica de la Serna, dictó la sentencia que le condenaba a 19 años de cárcel y a indemnizar a la madre de la víctima con 12.000 euros.
El Supremo confirmó después la condena. Dimitri, durante el proceso, demostró que era un acusado de hielo. No se inmutó en ningún momento y solo de vez en cuando lanzaba alguna mirada distante a los miembros del jurado, como su la cosa no fuera con él. Cuando supo que iba a pasar casi veinte años entre rejas, tampoco reaccionó. Ni pestañeó.