Bernardo Oliver Flexas y María Moreta Guiu, de 77 y 76 años, vivían en "la casa misteriosa". Algunos vecinos de Es Fortí denominaban de esta manera al chalet de la pareja. Se trataba de un matrimonio reservado, que no se relacionaba en exceso, y que había acumulado una gran fortuna. Un 30 de mayo de 1978 sus cuerpos sin vida fueron hallados con la cabeza destrozada a golpes. Esta es la crónica de un doble crimen que se resolvió medio años después con la detención de un conocido 'play boy', Antonio Miró Picó.
Margalida Rigo era la mujer que trabajaba en el chalet del número 18 de la calle Bellet desde hacía 30 años, cuidando al matrimonio de ancianos. Limpiaba y cocinaba para ellos. En la mañana del 30 de mayo de 1978, al llegar a la casa de la barriada palmesana de Es Fortí, notó que algo no iba bien. La verja exterior estaba abierta de par en par. Bernardo y María eran muy sistemáticos y nunca descuidaban estos detalles. La puerta de la casa estaba cerrada, pero Margalida fue por la parte de detrás y se encontró el acceso de la cocina abierto. Estaba a punto de hacer un hallazgo que cambiaría su vida.
Temerosa, entró en la salita, donde el matrimonio siempre hacía su vida, y descubrió al anciano sobre una butaca, inerte y cubierto de sangre. El agresor le había tapado la destrozada cabeza con un pañuelo, pero había sangre por todos lados. Era un espectáculo dantesco. Margalida corrió en busca de María y la encontró en el pasillo, muy cerca del teléfono. El asesino le había dado caza antes de que pudiera pedir ayuda. También le había reventado el cráneo con un objeto contundente.
El Grupo Tercero de la Policía Judicial de la Jefatura de Palma se hizo cargo de la investigación. Cuando examinaron los cuerpos, comprobaron que llevaban joyas encima. En la casa, además, había una gran cantidad de dinero y otras alhajas, que el intruso no se había llevado. El robo, en esos momentos, quedaba casi descartado. Sin embargo, ¿por qué querrían asesinar con tal ensañamiento a una pareja de ancianos?
Los agentes repararon en que en una mesita de la sala había una botella de una tónica muy conocida. La puerta tampoco estaba cerrada, así que comenzó a cobrar fuerza la hipótesis de que la pareja conocía a su asesino. Y que le abrió la puerta y le invitó a un refresco. Luego, por causas que entonces eran un auténtico misterio, la reunión amigable se tornó en una auténtica carnicería. En una orgía de sangre.
Los investigadores se entrevistaron con el vecindario. Uno de los residentes facilitó un dato importante: a las once de la noche anterior las luces de la casa seguían encendidas, algo insólito para el matrimonio formado por Bernardo y María. La autopsia confirmó que el crimen se produjo la tarde del 29 de mayo. El varón recibió siete golpes en la cabeza, con un garrote, y la mujer, seis. Luego, el criminal manipuló una bombona de butano para provocar un incendio, pero no lo consiguió. Quería quemar "la casa misteriosa" y borrar las huellas que había dejado, entre ellas las manchas del baño, cuando se lavó las manos para quitarse la sangre.
Sin embargo, pese al gran despliegue policial, que se se topó con la dificultad añadida de que era el cuarto crimen de ancianos en Palma en un año, lo que disparó la psicosis vecinal, las pesquisas no avanzaban. El matrimonio tenía una pequeña fortuna y un sobrino suyo regentaba su colmado del casco antiguo. Las diligencias posteriores permitieron confirmar que sí habían sustraído joyas en el chalet de la calle Bellet, algunas de ellas muy valiosas. En concreto, un brillante de 4,85 kilates valorado en dos millones de pesetas (lo que costaba un lujoso chalet en aquel entonces) y una esmeralda de medio millón.
Cuando todo parecía perdido, el 5 de diciembre una mujer despechada se presentó en la Jefatura de la Policía Nacional, junto al Paseo Mallorca. Contó que su marido, Antonio Picó Miró, llevaba una doble vida y era bígamo. Curiosamente, ese joyero palmesano había aparecido en la lista de sospechosos confeccionada por la policía en junio, pero no se pudo dar con él. La mujer contó que días después del crimen se casaron en Francia y que él le prestó unas joyas muy valiosas. Los agentes contuvieron el la respiración. No querían contarle sus sospechas, pero le enseñaron unas fotos de las joyas de Bernardo y María: "Sí, eran estas", replicó, inocente, la esposa engañada.
El caso, al fin, se había esclarecido. Ahora solo hacía falta dar con Antonio Picó Miró, un orfebre de mala reputación de 34 años, que contaba con antecedentes. Era conocido por sus habilidades como 'play boy', algo que escandalizaba a la puritana sociedad mallorquina de la época. Engatusaba a mujeres y tenía un gusto desmedido por el lujo. El 22 de diciembre, el galán pisó Son Sant Joan y al momento fue detenido en el aeropuerto. En un primer momento negó cualquier relación con el doble crimen, pero al segundo día de estancia en los calabozos, a las dos de la madrugada, pidió hablar con los inspectores: "Lo quiero contar todo".
Confesó que conocía a los ancianos porque de niño había sido vecino de Es Fortí, lo cual fue corroborado. Y que había hecho negocios con el matrimonio, que ejercían de prestamistas. El problema, según su versión de los hechos, surgió cuando quiso comprar el ático de la calle Pere Martell número 10 de Palma que tenía alquilado a Bernardo y María. Ellos se mostraron de acuerdo y cerraron en medio millón de pesetas la venta. Picó Miró fue pagando letras y cuando solo le quedó una, de 50.000 pesetas, acudió al chalet de la calle Bellet, "la casa misteriosa".
Todo iba bien hasta que la mujer le dijo que ella no había recibido las letras anteriores y se desarrolló una tremenda discusión entre los tres. Picó Miró pagaba en negro, según contó, y no le daban recibos. Así que no podía demostrar que lo estaban estafando. Luego, siempre según su declaración, María le quiso atacar con una barra de hierro y él se defendió. Enloqueció, y mató a golpes a los dos ancianos. Luego fue al Paseo Marítimo y se deshizo del garrote y de su camisa ensangrentado, que arrojó al mar.
Reconoció, también, que huyó con valiosas joyas de la pareja, para saldar la deuda. Partes de su versión no cuadraban en absoluto. El orfebre era conocido por sus ataques de furia, casi tan persuasivos como sus dotes de seducción. Ingresó en prisión y el 30 de junio de 1980, dos años después del doble crimen, arrancó en la Audiencia de Palma el juicio contra él.
El prestigioso abogado Rafael Perera intentó convencer al tribunal de la "discapacidad intelectual" del acusado. El 8 de julio se conoció la sentencia: Picó Miró fue condenado a 24 años de cárcel por los dos asesinatos. La prisión no lo reinsertó. Casi veinte años después, ya en libertad, volvió a ser detenido por un turbio asunto relacionado con la cocaína. Los crímenes de "la casa misteriosa" siguen estando muy presentes entre los veteranos de la barriada de Es Fortí: "Nunca se supo en realidad todo lo que había pasado", sostienen.