Han pasado casi 36 años, pero solo una persona sabe quién mató a Modesto Aceituno Barba, un yesero madrileño que en 1988 fue cosido a puñaladas en su piso de Palma. El Grupo de Homicidios de la Policía Nacional detuvo a su amante y al marido de aquella, pero al final quedaron en libertad por falta de pruebas inculpatorias. A día de hoy, sigue siendo un crimen sin resolver y un gran enigma para los investigadores, que solo tienen claro una certeza: Modesto conocía a su verdugo y confiaba en él. O en ella.
Celia González era la mujer casada que mantenía relaciones con el yesero de 39 años. Según su relato, fue ella misma la que descubrió el cuerpo sin vida, a primera hora de la tarde del 24 de marzo de 1988. Se acercó a su piso de la calle Escultor Galmés número 42 y al llegar vio la puerta medio entornada, lo que le llamó la atención. Luego, reparó en una luz encendido y al entrar vio el cadáver de su amante sobre un gran charco de sangre, tumbado en el suelo, cerca de la cama de su dormitorio.
El yesero vestía con pantalones de pijama, pero tenía el torso desnudo. Un dato importante, teniendo en cuenta que en marzo todavía hacía bastante frío en Palma. Le habían asestado varias puñaladas, dos de ellas en el costado, mortales de necesidad. La mujer llamó a la Policía Nacional, que precintó la casa y se hizo cargo de la investigación. El Grupo de Homicidios habló con los vecinos, que no vieron o escucharon nada extraño aquel día.
La investigación policial avanzó a buen ritmo y se confirmó que la puerta de la casa no había sido forzada. Es decir, Modesto había abierto al visitante, confiado. Con certeza porque lo conocía. Así las cosas, el marido de su amante fue arrestado e interrogado, pero negó cualquier implicación en el ataque mortal y quedó en libertad, por falta de pruebas.
Después fue detenida Celia, su querida, la persona que había hallado el cuerpo. El hecho de que el yesero no llevara la parte de arriba del pijama indicaba que se la había podido quitar tras abrir la puerta, quizás para mantener relaciones íntimas con la persona que acababa de llegar. Sin embargo, al igual que ocurrió con el primer sospechoso, la mujer no se derrumbó y siempre sostuvo su inocencia. Quedó en libertad.
A día de hoy, cuando están a punto de cumplirse 36 años del brutal asesinato, solo hay una certidumbre: el asesino (o asesina) de Modesto Aceituno consiguió burlar a los investigadores. Ya nunca se sabrá a quién abrió la puerta el yesero aquel 24 de marzo de 1988. Su último día.